Hasta hace
relativamente poco tiempo la denominada prima de riesgo no formaba en el
abecedario de las vidas del común de los mortales de nuestro país ajenos al mundo de las finanzas. Pero de cara
a los políticos que rigen los destinos del estado español es un
factor que, dado el caso, tratan de "rentabilizar" a su favor para enmascarar una
crisis galopante de la que no sabemos, a ciencia cierta, si hemos tocado fondo
o simplemente estamos atrapados en una suerte de “fosa abisal” desde cuya base,
al elevar la mirada, no acertamos a vislumbrar una luz para la esperanza. Al
acercanos al ecuador de la primera legislatura de Mariano Rajoy tomamos
conciencia más que nunca de la sensación de desgobierno con una cúpula
dirigente instalada en una errática política que parece haber sido diseñada por
el peor de sus “enemigos”. Rajoy y sus acólitos se aplican en malabares para
hacer creer a la población de los beneficios de una reforma del mercado laboral que no obtiene los frutos esperados, promulga la ley Wert de educación que deviene todo un
tratado de confrontación con la plana mayor del sector de la enseñanza puesto en pie de guerra, y desde sus “cuarteles”
teñidos de color azul formalizan un canto a la estupidez supina con iniciativas legislativas que
amparan la bondad de una lengua autóctona —Lapao— en una
muestra de pura ilusión, cuando no invención, de un sentimiento nacionalista supuestamente soterrado en la comunidad aragonesa. Y todo ello con el run run de fondo del caso Bárcenas y la trama Gürtel, emparentados
por lo que todo indica se trata de una de las tramas con una disposición radial
más extendidas que jamás se han dado en el estado español con la connivencia
del poder político, económico, financiero e institucional. En estas aguas putrefactas se mueve Mariano Rajoy, incapaz
de salirse de su discurso que repite cuál mantra, apelando a la sensatez y el
sentido común. En el horizonte del año 2015 se sitúa la reactivación económica
del país, según las estimaciones de un gobierno que se siente desbordado por los acontecimientos, con los men in black llamando a las puertas de forma persistente. Esa
es la tesis que manejan una vez realizadas las reformas estructurales dictadas
desde Berlín y Bruselas. Pero, se ofrece una pregunta pertinente: ¿y si en
lugar de esa estimación de signo ligeramente optimista la situación sigue en caída
libre y el país se enfila al 30% de parados, con la mayoría de los
negocios de las pequeñas y medianas empresas quebrados y con un país al borde de la fractura social? Ya pocos
parecen creerse las predicciones de un gobierno que sabe de antemano que su
fracaso en la reactivación económica es un clamor cuyo estruendo llega hasta la
confines de Alemania. Para ser justos, buena parte de esa culpa cabe imputarla a la nefasta
herencia socialista pero también a esa locomotora teutona que repite la táctica
de un funesto pasado en que sometía a los países de su entorno a leyes de estrangulamiento fiscal y económico, en su perenne necesidad de
considerarse un país modelo, que mira al resto de Europa por encima del hombro. En este contexto, por tanto, se entiende que José
Maria Aznar haya movido ficha y en su aparición televisiva el día 21 de mayo,
en los platós de Antena 3, dejara constancia que si hay un “salvador de la
patria” es él, desaprobando la acción de un gobierno que hace oídos sordos a su
propio programa electoral. Veremos en los próximos días, semanas o meses cómo
algunos barones y no tan barones del PP se desmarcan de las políticas
emprendidas por Mariano Rajoy y su equipo, pero en su sentido contrario se
mostrará aún más a las claras el enrrocamiento de los que juran lealtad a la
figura del presidente de origen gallego, esto es, María Dolores de Cospedal y
Soraya Sáenz de Santamaría. Para éstas el poder las ciega y su capacidad de
autocrítica anda por niveles subterráneos. Como me refería en un anterior post, la herencia dejada por Rajoy, a
quien vaticino serias dificultades para concluir la legislatura, ha mejorado,
por comparativa, sustancialmente la de José Luis Rodríguez Zapatero, quien
ostentaba el triste honor, según mi opinión, de haber sido el peor presidente
de nuestro país a lo largo de los treinta años de Democracia que nos
contemplaban hasta esa fecha. Cuando el sentimiento de la esperanza se ausente del rostro de una parte considerable de los votantes del PP al calor de una realidad que amaga hacia el
precipicio entonces aparecerá en el escenario el “ángel salvador”, José Maria
Aznar, cumpliendo un "mandato divino" más propio de un emperador romano que de un
político que estuvo en el momento y en el lugar oportuno cuando Manuel Fraga
decidió cuál sería su relevo natural. Será entonces cuando los independentistas
catalanes creerán que se les abre el cielo, reclutando entre los escépticos y/o los indecisos el número de votantes necesarios para proclamar un supuesto
estado soberano. De igual manera, el nacionalismo español encontrará nuevos
aliados. Fuegos que se retroalimentan en un panorama de una península ibérica
desoladora que se sostiene con alfileres, aquellos manejados por el poder oligárquico
germano con Angela Merkel paseándose por los lands con aire majestuoso, dejando entrever una extraña sombra en la base de su nariz.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
miércoles, 22 de mayo de 2013
EL AÑO QUE VIVIMOS PELIGROSAMENTE: LA «DEFUNCIÓN» POLÍTICA DE MARIANO RAJOY
lunes, 20 de mayo de 2013
«A DOS METROS BAJO TIERRA», TEMPORADA 1 (2001): VIVIR Y MORIR EN L. A.
Tras el visionado de los trece episodios de
la primera temporada cabe extraer algunas conclusiones no en su formulación de
certezas sino más bien de impresiones personales que, en cierta manera, abonan
una teoría particular sobre los numerosos interrogantes que se ciernen sobre
una serie construida —me
expreso en términos generales— sobre la base de una idea o de un punto de partida robusto
a todos los niveles pero que va perdiendo fuelle a medida que los personajes y
las situaciones creadas progresan hacia... una indefinición. En el ecuador de
la primera temporada de Six Feet Under
he tenido esta sensación pero por fortuna el equipo creativo liderado por Alan
Ball supo sortear el bache, ofreciendo una capa extra de interés a la serie a
través de un sentido del humor que incrimina de forma especial a Nate Fisher (Peter
Krause), y va desgranando ese pasado oculto que afecta a la novia de éste,
Brenda (Rachel Griffiths). Con todo, en ninguno de estos capítulos falta la
premisa inicial, el de una muerte que coge de improviso a sus víctimas en
situaciones de lo más estrafalarias y apartadas de la lógica de lo sensato y de lo
razonable. De ahí que, al cabo, entendamos que el alma matter del proyecto,
Alan Ball, ya había ideado este ardid para el capítulo piloto, la tarjeta de
visita con la que convencer a los directivos de la HBO de la bondad de un
proyecto que se sale de la tangente, orilla lo trillado y nos presenta la
realidad de una familia “disfuncional” que debe superar el trance de la pérdida
de la figura paterna —Nathaniel
Fisher (Richard Jenkins)— , a la
par que artífice de un negocio de pompas fúnebres sometido al arbitrio de una
competencia un tanto desleal y un mercado de clientes fluctuante. Indudablemente
Ball, una de las personalidades punteras del lobby gay de la costa
Oeste de los Estados Unidos, amplía su fijación por la problemática homosexual
ya expresada en American Beatty
(1999) —por la que sería acreedor
de un Oscar al Mejor Guión— a través del personaje
del hermano menor de Nate, David (Michael
C. Hall), y su relación sentimental sostenida con el agente de policía Keith Charles (Matthew
St. Patrick), no sin algún que otro paréntesis en forma de aproximación al
mundo de las drogas por parte del principal implicado en el negocio heredado de
su progenitor. A propósito de este “descenso a los infiernos” por el que
transita David con arreglo a mimetizar el comportamiento de su nueva pareja, se
desarrolla una de las tramas argumentales de Life’s Too short («La vida es demasiado corta», episodio 9) que, a mi juicio, es —junto a The Foot («El pie», episodio 3)—, el mejor de esta primera
temporada. Además de su extraordinaria calidad guiada en la dirección por John
Patterson y el canadiense Jeremy Podeswa, ambos episodios tienen como
denominador común entre el elenco de secundarios al amigo de la pelirroja Claire
Fisher (Lauren Ambrose) —la
benjamin de la familia—, Gabe Dimas
(Eric Balfour). Su
tragedia familiar sirve para dar pie a una “renovación” de la amistad para con
Claire, cuya participación en la serie experimenta un considerable empuje en el
tramo final de esta temporada inaugural, en sintonía con la realidad que se
abre a nuestros ojos sobre otro clan familiar, los Chenowith, cautivo de un
pasado que conoce de distintas versiones según quién las exprese. En este ámbito
domina perfectamente la partida Brenda, cuya relación fraternal con su hermano
menor Billy (Jeremy Sisto), recuerda de soslayo —aunque con los papeles cambiados— a la mantenida entre Daniel
(Timothy Hutton) y Laura Isaacson (Amanda Plummer) en la versión cinematográfica
de El libro de Daniel, la excelente
novela de E. L. Doctorow. Sin duda,
sendos personajes darán juego en las venideras temporadas —ya entrada en la América post 11-S; el capítulo
13 emitiría justo un mes antes— para una
serie que tiene en la dialéctica entre realidad-ficción (ya sea a través de un
efecto alucinatorio como el que la sucede a la matriarca Ruth/Frances Conroy, de la necesidad de evocar una ausencia reciente o de algún
que otro recurso expresado en el papel y posteriormente transcrito en imágenes)
una de sus señas de identidad.
Con la salvedad de algunos capítulos
intermedios, A dos metros bajo tierra en
su primera temporada supera con nota mis expectativas iniciales y en las próximas
fechas me sumergiré en las esencias de su segunda temporada una vez fijado
sobre su suelo orgánico donde moran espectros del pasado esas conexiones
emocionales y sentimentales establecidas entre los miembros de su comunidad
familiar, y los que operan en sus “aledaños”. Allí donde se nos presenta un
retrato certero de una sociedad que bajo un manto de apariencia se esconden —calcando el fundamento temático de American Beauty— las pulsiones más privativas de
individuos que buscan su lugar en el sol o... a dos metros bajo tierra.
Para los interesados, aquí tenéis el enlace de compra al pack de la serie completa A dos metros bajo tierra:
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jueves, 2 de mayo de 2013
«OCTOPUS» (1972) de GENTLE GIANT: UN OCÉANO MUSICAL ECLÉCTICO
Al cefalópodo al que se le otorgan poderes “adivinatorios”
por mor de una actividad deportiva cada vez más arraigada al negocio de las
apuestas, la banda británica Gentle Giant le ofrecería hace más de cuarenta años
un carácter protagonista en la portada de su cuarto álbum en estudio, Octopus (1972). La idea surgiría a modo
de juego asociativo al barajarse un total de ocho temas que extienden sus respectivos
tentáculos hacia espacios genéricos bien disímiles. Asimismo, la apariencia mastodóntica del octópodo casaría con el sustantivo de esa formación "tricéfala" en su parto musical pero con idéntica línea de cosanguineidad. Allí
anduvieron resueltos los hermanos Phil, Derek y Ray Shulman para dar cabida a
una propuesta artística surgida a rebufo de Simon DuPree and The Big Sound,
definida sobre superficies bluesy. No
obstante, en ese océano donde se sumergiría
el pulpo estandarte de Octopus las
formas musicales variaron sustancialmente, balanceándose entre las profundidades
abisales de las piezas de cámara de
corte barroco (ecos de Jethro Tull se localizan en piezas como “Dog’s Life”) o elgarianas en su definición compositiva ("Raconteur, Troubadour") y las
zonas intermedias donde combina un rock que amaga hacia el hard, el progresivo con decantamiento hacia las esencias de Yes —“A Cry for Everyone”—, el pop —algunos pasajes de "The Boys in the Band", sin duda, el más cameliano de los temas del presente disco— y la psicodelia trenzada por auténticos virtuosos en el arte del
dominio instrumentral. En ese dispositivo polifónico, Kerry Minnear se alinea
con los Shulman Brothers para ofrecer un auténtico festín para devotos del rock
experimental conectado a la realidad musical de los años 70.
Grabado para el
sello Alucard, Octopus se presentaría
en sociedad en vísperas de la
Navidad de 1972, computando en el último año una serie de
infortunios que afectarían sobremanera al flanco reservado para el batería. Al
término de Acquiring the Taste
(1971), Martin Smith cedió el testigo a Malcolm Mortimore, quien acabaría
sufriendo un accidente de motocicleta después de haber cumplimentado el tercer álbum
del grupo —nuevamente bautizado con un propósito
nominal, Three Friends (1972)— . En la recámara figuraría John Weathers,
conocido por aquel entonces por su militancia en Eyes of Blues, aunque en los
ambientes locales de su Gales natal ya había despuntado, entre otras bandas, en The
Brothers Grimm. Referencia literaria que entronca con el erial de influencias
dispuestas a favorecer la pulsión creativa, en la construcción de las letras,
de los Shulman y Minnear. Bajo un puro sentido de “transversalidad” se
edificaron tales letras, viajando a
los dominios de la (anti)psiquiatría a través un texto fundamental, a día de hoy, servido por el escocés R(onald) D(avid) Laing —“Knots”—, la literatura promulgada por ese extranjero bendecido en Francia, Albert
Camus —“A Cry for Everyone”, en cuyo fundamento armónico sobre frases un tanto inconexas y repetitivas se aprecia la semilla del dibujo musical servido en algún que otro célebre tema de Queen— o el de los
libros que conforman la serie Gargantua
and Pantagruel de François Rabelais —“The
Adventure of Panurge”—. No debería
extrañar, pues, que el mayor de los Shulman, Phil, tras la gira de Octopus, decidiera colgar sus “hábitos”
musicales, dedicándose en cuerpo y alma a la enseñanza en centros docentes. Uno
de sus magisterios habida cuenta de sus cualidades de multiinstrumentista quedarían
consignadas en esta obra ecléctica en que melotrones, vibráfonos, xilofonos,
trompetas... cubren esta alfombra colorista donde resuenan los pasos del «gentil
gigante». La huella de éstos, lejos de borrarse, emerge con brío en ese
ejercicio que procura tantos placeres como la de recuperar los tesoros
escondidos durante la Edad
de Oro del rock en su vena progresiva.
Enlace para escuchar en Youtube en su integridad el álbum Octopus (1972):
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OCTOPUS,
PHIL SHULMAN,
RAY SHULMAN,
RONALD DAVID LAING,
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