Para el lector no
avisado, al fijar su mirada en el texto de la contraportada de la novela de
debut de E. L. Doctorow (1931, Nueva York), felizmente traducida al castellano por primera vez,
presumiblemente pueda fruncir el ceño y quedarse sin argumentos sobre la
conveniencia de hacerse o no con el libro. Más que una síntesis del contenido de
la opera prima de Doctorow Miscelánea Editorial optaría por extraer un párrafo
(correspondiente a la página 159) y reproducirlo tal cuál en la contraportada,
incluyendo, eso sí, parte del título original («Hard Times») en su enunciado
final. Óbviamente, si la indecisión se había apoderado de aquellos potenciales
lectores al calor del contenido apuntado, Miscelánea hubiera aumentado sus dudas
al ofrecer la traducción directa del original, esto es, «Bienvenido a los
tiempos duros», en un periodo en que el vocablo crisis se apodera de casi cada
rincón de nuestra sociedad. Por ello, la editorial barcelonesa ha preferido
escoger un título con marchamo de subtítulo: «Cómo todo acabó y volvió a
empezar». Doctorow dio cumplida cuenta de la misma a finales de los años
cincuenta, viendo la luz su publicación en 1960, a punto de cerrarse una «década
de oro» para el western, el género al que se acoge su pieza de debut sin
menoscabo de un tejido dramático cuyas costuras son
cosidas por el literato neoyorquino con el hilo de su veta de
revisionista histórico.
El origen del libro: sus
años en la Columbia
Merecedor de un ensayo acorde a
la gran cantidad de prohombres de la literatura, ya sea en sus fases iniciáticas
o con una obra contrastada a sus espaldas, que fueron contratados por parte de
la industria angloamericana durante los años cincuenta y sesenta, E. L. Doctorow
se distinguiría entre éstos en su cometido profesional a las órdenes de la
Columbia Pictures. A diferencia de sus colegas Ray Bradbury o J. G. Ballard,
Doctorow anduvo por la «trastienda» de los estudios cinematográficos con
el objetivo marcado de remozar borradores de guión preferentemente para
westerns, uno de los géneros-bandera de la Columbia. Por sus manos pasarían
infinidad de scripts, abriendo los ojos a Doctorow de que la calidad
por regla general se “ausentaba” de esos trabajos y ni tan siquiera una
reescritura a fondo los podía salvar de la mediocridad. En buena lid,
Welcome to Hard Times nace producto de ese sentimiento por superar las
prestaciones de unos profesionales del medio, algunos de ellos reconocidos
dentro del mundillo. Es harto elocuente que, a fuerza de leer guiones cautivos
de la época del salvaje Oeste, Doctorow fuera asimilando las claves del género
para, al cabo, volcarlo sobre su primera novela, pero guardando las distancias
sobre una serie de clichés a los que quiso dar la vuelta en un amago de osadía
propia de un debutante. Por ventura, pese al interés que nos despierte o deje de
despertar una temática westerniana “detonada” con carga transgresora,
Cómo todo acabó y volvió a empezar ya nos sitúa en el
camino de un escritor de una métrica narrativa precisa, garante del
principio de que el texto debe entenderse para luego ser analizado y no a la
inversa, y modelado con ese sentido de armonizar el empeño revisionista sobre la
historia de los Estados Unidos en sus últimos doscientos años con el valor de
la tradición. Para lograr semejante propósito, Doctorow razonaría que la primera
persona —utilizada de manera habitual en sus novelas— articularía mejor su
contenido, aportando un factor de reflexión que no ralentizara el ritmo
narrativo, más aún tratándose de una historia focalizada en los «tiempos duros»
del Oeste en su definición más salvaje, en la que aflora una figura diabólica en
la persona a la que adjetiva como «El Hombre Malo». Su némesis no será otra que
Blue, el sheriff de esa parcela de tierra yerma sobre la que se
asentará un pueblo, en una pura expresión del «sueño americano».
La película de Burt
Kennedy
Paradójicamente, la respuesta que
Doctorow perseguía al acometer la escritura de Welcome to Hard Times
—primero en forma de historia corta, luego ampliada a las dimensiones
propias de una novela— tuvo su “retorno” cuando la Metro-Goldwyn-Mayer compraría
los derechos para “traducirla” a la gran pantalla. Enfrascado en su actividad en
calidad de escritor —estaba a las puertas de alumbrar El libro de Daniel
(1971), que marcaría un punto de inflexión en la apreciación crítica de su
obra; a partir de entonces, el rosario de distinciones y premios no ha cesado—,
Doctorow quedaría al margen de cualquier influencia sobre el proceso de
elaboración del guión pergueñado por Burt Kennedy, quien asismismo se postularía
para hacerse cargo de la dirección de la adaptación a la gran pantalla de
Welcome to Hard Times. En el lapso de tiempo comprendido entre la
aparición en tiendas de la novela y el estreno de la producción cinematográfica
homónima, esto es, siete años, el western había experimentado un cierto
retroceso, “descabalgándose” de las generosas partidas presupuestarias de antaño
y abrazando un componente revisionista que, en cierta manera, se perfilaba
acorde al principio vector que movería a Doctorow a la redacción de su opera
prima. No obstante, Welcome to Hard Times (1967), aunque se “parapeta”
dentro de esa colección de títulos con acuse de recibo revisionista —léase
Un hombre (1966), Pequeño Gran Hombre (1970), Soldado Azul
(1970), Un hombre llamado caballo (1970) o Pat Garrett y Billy
the Kid (1973)— atiende a un semblante más propio del
spaguetti-western, del que de manera puntual participaría un otoñal
Henry Fonda. Presumiblemente, Doctorow al escribir su novela hubiera podido
tener en mente al patriarca de los Fonda para el personaje del sheriff Blue
—traspúa un similar sentido de la integridad y del deber cumplido al correr de
las páginas del libro— pero el paso de los años jugaba en su contra y con ello
se alejaba de la idoneidad para acometer el papel del sheriff local de Hard
Times sobre el que pivota el relato en cuestión. Con todo, más próximo a la edad
de jubilación que a los cuarenta y nueve años que expresa en una línea de
diálogo al referirse a su propia persona, Henry Fonda representaría el principal
reclamo de una función cinematográfica en que Kennedy tuvo a su disposición un
notable cuerpo de secundarios —la emergente Janice Rule, Keenan Wynn, John
Aderson, Warren Oates o Aldo Ray, transfigurando en la figura mefistofélica del
«Hombre de Brodie», equivalente al villano ideado por la pluma de Doctorow («El
Hombre Malo»)— y la posibilidad de explayarse en un set de rodaje, en Thousand
Oaks (California), donde la sombra de la leyenda del western seguía vigente. No
en vano, allí se filmaría parte de Dodge, ciudad sin ley (1939), El
hombre que mató a Liberty Valance (1962) o El gran combate
(1964) antes que los “restos de serie” se proyectaran en el horizonte de un
género en franco declive al pasar página de una década arbitrada por numerosas
propuestas estadounidenses “contaminadas” por la influencia del
spaguetti-western. Welcome to Hard Times no sería esquiva a
esta realidad y su título de estreno en nuestro país —Una bala para el
diablo— no haría más que acercarla al espacio de los trabajos, por ejemplo,
de Sergio Leone, sin reparar que en sus títulos de crédito sobre un fondo de
aspecto mortecino se podía leer el nombre de E. L. Doctorow, uno de los grandes
literatos de todo los tiempos, los duros y los más propicios para el bienestar.•