Constantemente nos podemos interrogar cuál es el límite real del ser humano en condiciones que pueden penetrar en el territorio de lo imposible para el común de los mortales. Inmediatemente después de conocer la noticia de los treinta y tres mineros atrapados en unas dimensiones muy reducidas en el subsuelo de San José, un punto en la región de Atacama situada a unos setecientos kilómetros de Santiago de Chile, me sobrevino al pensamiento que esta experiencia podría guardar enormes paralelismos cuando se de luz verde al envío de tripulación humana a un planeta tan remoto, pongamos por caso, como Marte. Muchos psicológos se han apresurado a señalar que el largo tiempo de espera hasta poder ser sacados a la superficie se crearán tensiones insoportables, máxime cuando pesa sobre ellos la espada de damocles en forma de necesidad imperiosa por seguir un régimen estricto que les permita pasar por un agujero de casi un kilómetro de largo y setenta centímetros de diámetro. Para algunos, la noticia en sí misma obedece al capítulo de las desgracias, una más de tantas que acechan de contínuio a la población humano. Pero comparto con aquellos que la experiencia de estas treinta y tres personas atrapadas en una mina que ha quedado sepultada, puede servir a los intereses del desarrollo aeroespacial si algún día de la presente centuria se nos brinda la oportunidad de caminar sobre la superficie del planeta Marte. Calibramos que el viaje que puede durar dos años de la tierra a Marte sea uno de los grandes inconvenientes hoy en día, pero no el mayor de ellos. En realidad, si pensamos en una situación factible en la que varios astronautas tienen que ser rescatados en una estación espacial donde las reservas de alimentos y de oxígeno son limitadas, el tiempo de reacción para proceder a su evacuación podría ser asimismo de noventa días. Desde mi modesta apreciación, creo que la verdadera vía de salvación para esta treintena de mineros pasa porque una, a lo sumo, dos personas ejerzan un papel de liderazgo, inculcando al resto que en relación a los astronautas ellos no se sitúan a millones de kilómetros del planeta tierra ni tampoco deben atravesar las distinas capas que conforman la atmosfera y que dependiendo de la velocidad de entrada de la nave o cápsula espacial podría conducir a su desintegración. Setecientos metros separa la vida de la muerte. Setecientos metros que pueden resultar irrelevantes para alguien que esté prisionero de un sentimiento de angustia y desesperación, pero confiemos en que habrá hombres capaces de gestionar una situación sumamente extrema, quizás colocando sobre el tapete ejemplos de las proezas libradas no tan sólo por astronautas en la Era espacial sino por portentos de la naturaleza como Ernest Henry Shackleton, el expedicionario inglés que salvó a parte de su tripulación con su heoicidad y tesón, aplomo y perservancia. No estaría de más que en esos tubos cilíndricos (las palomas) donde se colocan cápsulas que contienen alimentos, velas, medicamentos y demás utensilios se incluyera algún librito que hablara en primera persona de las proezas de Shackleton, Reinhold Messner y un largo etcétera. Por parte de aquellos que estuvieran coordinando los trabajos de rescate no estaría de más replantearse la conveniencia de perforar un túnel con un agujero de mayor diámetro. Si ya en sus años mozos, Franklin Lobos, siendo jugador de la selección chilena, lucía amplitud de caderas, me temo que su figura no se estilice hasta tal grado que pueda penetrar por una cavidad de setenta centímetros de diámetro. Solo la idea de un estrepitosos fracaso por este y otros factores que competen tanto a lo psíquico como lo físico, debería suponer un duro mazazo para aquellos que tienen puesta la mirada en el espacio exoterrestre. El ojo de halcón de la NASA seguro que se ha posado en aquel rincón del hemisferio sur. Si el ser humano es incapaz de sacar con vida a treinta y tres hombres aislados en una cámara de treinta metros cuadrados a menos de un kilómetro, poca o nula credibilidad me merecerán esos embaucadores que, a costa, del erario de los gobiernos del Primer Mundo, siguen elucubrando la posibilidad de conquistar Marte. Deben leer mucho a Isaac Asimov, Robert Henlein o Arthur C. Clarke, pero poco los periódicos en su sección de sucesos y de crónica social. Sencillamente, no tocan de pies a tierra y prefieren dejarse seducir por ese espacio ingrávido, contemplando a cielo abierto unas estrellas tan próximas pero que, en verdad, se sitúan a distancias siderales. Claro está que esos embaucadores que dirigen o asesoran programas espaciales saben que sus pronósticos se van a ir al agua en menos que canta un gallo. Pero mientras tanto van trampeando la situación y saben que, al corto espacio (medido desde la escala terrenal), tienen asegurada una suculenta pensión. Eso sí, por el camino han propiciado dilapidar infinidad de millones con partidas tales como crear una silla especial (made in Spain, of course) que mide el grado de deterioramiento del organismo humano (en concreto, la osteoporosis) por efecto de una hipotética estancia en Marte por tiempo prolongado cuando ni tan siquiera se sabe cómo diantres podrían volver a la tierra. Con el coste de esa silla especial, por el contrario, se podría sufragar el de una perforadora capaz de hacer un diámetro para que cupiera el cuerpo de una persona de complexión gruesa. Setecientos son los metros que separan la vida de la muerte, pero, al final, la cosa puede depender de unos centímetros. Quizás se trate de los mismos cuatro centimetros de los que deben carecer en su parte frontal —lo que cubren la distancia entre las cejas y la línea de raíz del cabello— aquellos que han montado un operativo con tanta buena voluntad como incapacidad de razonar al dictado de la lógica. Nunca los «milagros» han tenido en cuenta tanto las medidas decimales. En cualquier caso, valga este post para rendir tributo a esos treinta y tres «héroes» de la «Estación lunar» de San José, Atacama. Verlos con vida será la mejor noticia para sus familias y un alivio para la humanidad en esa conquista de un espacio soñado más allá de la Luna, The Dark Side of the Mars.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
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