sábado, 25 de junio de 2016

NEIL YOUNG, EN CONCIERTO: SIETE AÑOS DESPUÉS DE LA PRIMERA CITA

Foto copyright: Christian Aguilera
(Poble Espanyol, Barcelona, 20 de junio de 2016)
Los signos astrales y la numerología nunca han formado parte de mis distracciones —léase hobbies— mundanas. Pero estos días me he entretenido en saber a qué características se asocia el 7, mi lucky number por motivos puramente banales. Era el dorsal que solía escoger, por ejemplo, para que se estampara en la camiseta de las distintas equipaciones de fútbol en la época en que éstas se solían imprimir siguiendo un orden correlativo, sabiéndose de antemano que demarcación ocuparía cada uno en el terreno de juego. Al leerlo me quedé estupefacto: «Signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia, el análisis psíquico, la sabiduría. El número del intelecto, el idealismo y la represión. Son personas amantes de la lectura, el estudio y las ansias por aprender. Tendentes a proyectar su vida en una esfera de idealismo y actividad intelectual. Habilidades para el análisis y la investigación y la inteligente búsqueda del conocimiento; mentalidad científica y con capacidad de inventiva; estudiosa, meditadora; de personalidad encantadora; amantes de la soledad y de la paz; perfeccionistas». Podría ser una buena definición de mí mismo, con la salvedad que no soy un amante de la soledad, aunque el ejercicio de la escritura invite a serlo muy a menudo. Leído nuevamente, más que una definición de uno mismo podría tratarse (en parte) de una aspiración a la que sí ha llegado, desde mi perspectiva, Neil Young, presumiblemente una de las personas de este mundo que al ir adentrándome en el conocimiento de aspectos de su vida y obra, en razón del libro que escribí en 2009 Neil Young: una leyenda desconocida (T&B Editores), reeditado en 2015 mejor sintonizan con mi forma de ser, la propia de aquellos que nunca damos por bueno nada de lo que hacemos, y que generalmente tenemos puesta la mirada en el futuro en aras a cumplimentar nuevos proyectos. 
    Asimismo, siete han sido los años transcurridos desde que ví por primera vez a Neil Young actuar sobre un escenario. Desde aquella lejana representación en el Primavera Sound no había tenido la oportunidad de volver a disfrutar de su música en directo. Lo sería por partida doble, en el marco de Mad Cool Festival en Madrid y en el Poble Espanyol en Barcelona, los días 18 y 20 de junio, respectivamente, ambos organizados por la empresa Live Nation. En músicos de su edad setenta años había cumplido el 12 de noviembre del año pasado siempre tienes el pálpito que ciclos de siete años pueden representar una «eternidad». Así pues, el paso del tiempo hace mella si cabe aún más en todos aquellos que han formado o formaron parte de una prodigiosa generación de artistas imbuidos por la cultura de las drogas y del alcohol como parte indisoluble a una forma de vida que ha acabado pasando factura en muchos de ellos. Por fortuna, las capacidades motoras, intelectuales y creativas de Neil Young siguen (aparentemente) intactas, demostrando que su compromiso para con la música sigue siendo el principio vector que rige su existencia, dejando toda su energía sobre el escenario, esta vez, en compañía de la banda comandada por Lukas Nelson vástago del también legendario Willie Nelson—, Promise of the Real, cuyo álbum en común The Monsanto Years (2015) apenas estuvo representado en el set list de sendos conciertos. Algo que hubiera podido llamar al desconcierto si desconoces de antemano el carácter imprevisible del canadiense. Una imprevisibilidad que ha acabado siendo un aliado de excepción de cara a aquellos aficionados que han seguido desde hace mucho tiempo caso de Ricard, quien guardó nuestras espaldas en ambos conciertos, en primera línea de un mar de sensaciones que revolucionaron nuestros corazones de oro a Neil Young por distintos puntos del planeta tierra. Precisamente, en la camiseta del genio norteamericano lucía la palabra «Earth» en sendos conciertos, una manera un tanto subliminal de publicitar su disco que ha salido en el mercado estos días, con una diatriba sobre la tecnología mp3 en forma de bonus tracks que puede resultar ciertamente indigesto para aquellos centrados en exclusiva en degustar el contenido musical de un cancionero que ha superado con creces los quinientos temas. Una pequeña porción pero significativa de ese descomunal cancionero estuvo al servicio de un público entregado en esa noche de luna llena en la capital madrileña Neil Young al poco de iniciar el concierto, señaló con el dedo índice de su mano diestra al planeta más cercano de la Tierra, a modo de presagio de esas good vibrations que dirían los Beach Boys, al igual que los pocos miles de espectadores que abarrotaron el recinto del Poble Espanyol cuarenta y ocho horas después de aquella primera toma de contacto. En esa segunda noche, apostados Esther Solías y un servidor en primera fila en el front stage, pude calcular a vuela pluma que llegamos a estar a unos siete metros de distancia de Neil Young, el hombre que unió nuestros destinos como si de una epifanía se tratara. Otra vez ese número siete que me permitió captar (tapé el flash por "error") con la cámara una imagen que define a Neil Young, la de un artista que muestra su cara oculta. Allí se esconde el secreto de su longevidad, de su constante capacidad por reinventarse y de que siga aflorando una música que resiste como una roca el paso de los años, agarrándose a la misma nuevas generaciones que, en una buena proporción, empezaron a saber del genio de Toronto a partir de ir saboreando las esencias de su séptimo disco (si contabilizamos su disco con Crosby, Stills & Nash, Déjà vú, y sus tres discos con Buffalo Springfield, además del recopilatorio de la banda coliderada por Stephen Stills y Richie Furay), Harvest (1972), bien representado en la selección de canciones (“Heart of Gold”, “Alabama”, una pieza que sonó de manera sublime en sendos conciertos, y “Words (Between the Line of Age”)) que brillaron en esas noches con una temperatura ideal en las que soplaba una leve brisa, anuncio de un verano que para Promise of the Real y Neil Young significará el cierre de su gira europea. Mientras tanto, seguiré soñando con ángeles, aquellos capaces de proyectarme sobre un escenario imaginario siendo el séptimo componente por detrás de Lukas Nelson (guitarra y voz), Corey McCormick (bajo), Anthony LoGerfo (batería) y Tato Melgar (percusión) el cuarteto que conforma Promise of the Real, Micah Nelson (bajo, órgano y voz) y sobre todo Neil Young. Desde el plano de la realidad, Young tomó la pastilla psicodélica para poder mantener un ritmo in crescendo que culminaría en la Ciudad Condal con una magistral interpretación de “Cortez the Killer”, el tema de Zuma (1975) que vino a "substituir" en el set list al de “Like a Hurricane” en el concierto anterior celebrado en el estado español para satisfacción de Norberto de la Mata, «capitán Young», a quien tuve el placer de reencontrarme en esa noche mágica tras siete años, esta vez con la compañía de su mentor y tío, el leonés Luís de la Mata.     



domingo, 12 de junio de 2016

EL PRINCIPAL ALIADO DEL PARTIDO POPULAR, LA IGNORANCIA: CRÓNICAS DEL 26-J (I)

Mientras en el estado español, a las puertas del verano de 2012 se empezaba a evidenciar que las promesas de bajada de impuestos propagadas a los cuatro vientos por el PP (Partido Popular) caían en saco roto, asumiendo una vez instalados en el poder con mayoría absoluta precisamente lo contrario, un catalán ilustre llamado Jordi Savall recibía el premio Léonnie Sonning Music por el conjunto de su trayectoria profesional. Aún afligido por la reciente pérdida de Montserrat Figueras, su colaboradora y compañera sentimental por espacio de más de cuarenta años, Savall, a instancias de un periodista de El País que le realizó una entrevista telefónica acertó a mostrar su gratitud para con los organizaciones del prestigioso premio instaurado en Copenhague y, a renglón seguido, reflexionar en torno a la importancia que se concede hoy en día a la creación artística en el marco de sociedades teóricamente avanzadas como la nuestra. Así pues, el violagambista Savall sentenciaría que «el peor enemigo del ser humano es la ignorancia», una frase que bien hubieran podido suscribir otros ilustres premiados con el Léonnie Sonning Music en ediciones anteriores, como Benjamin Britten, Leonard Bernstein o Daniel Barenboim. Esa misma ignorancia que llevaría a un pueblo o más bien dicho al crisol de pueblos que conforman España a dar por bueno que los programas electorales de los partidos políticos representan una suerte de Sagradas Escrituras con apelación a ser cumplidas a rajatabla una vez alcanzado el poder sopena que en los siguientes comicios les pase una factura prácticamente imposible de asumir.
    Desde entonces han pasado muchas cosas en el estado español (incluida la renuncia del propio Savall en 2014 a recibir el Premio Nacional de la Música por parte del gobierno español al entender el poco valor que se le sigue concediendo a la cultura, reflejado en las partidas presupuestarias), pero la ignorancia sigue siendo el principal aliado para que el miedo penetre en la corteza cerebral de millones de personas que siguen a pies juntillas el mantra de que al partido que antaño confiaron su voto —el PP, of course— representa la salvaguarda de la «certidumbre, la moderación y la seguridad frente a los radicales y extremistas» (Mariano Rajoy dixit), amén de ser los principales valedores de la preservación de la unidad del estado español con permiso de Ciudadanos (C’s). Por arte de magia, Jorge Moragas, el director de campaña del PP de cara a las elecciones generales del 26-J (toda vez que se evidenciaría el fracaso de los comicios del 20-D a la hora de articular una serie de alianzas que dieran como resultado de la ecuación la formación de un gobierno más o menos estable), ha evitado que la palabra corrupción se cuele en los discursos preceptivos de los hombres y mujeres que lideran un partido carcomido por la misma. Sus dirigentes tienen la certeza que la bandera de la ignorancia ondeará con fuerza en ese 26 de junio marcado en azul por parte de simpatizantes que impelidos a evitar un avance inexorable del enemigo a batir en esta ocasión –Unidos Podemos (una vez llegado a un acuerdo con Izquierda Unida / IU)— depositarán su voto con o sin la pinza puesta. Aquella pinza que cabría llevar guardada en el bolsillo de un pantalón o de una falda si vieran más allá de esas imaginarias orejeras que les han hecho comulgar con esas ruedas de molino en forma de manifestaciones de la cúpula del PP y subalternos adscritos a los medios de comunicación, entidades bancarias y demás, dando a entender explícitamente que Unidos Podemos, de llegar a presidir el gobierno, podría suponer un peligro para la democracia (sic). Acorralados por los casos de corrupción que afectan al PP y saltan a los medios de comunicación todas las mañanas del mundo tomando prestado el título de la película francesa cuya música nos revelaría a muchos de nosotros el conocimiento del nombre de Jordi Savall— desde hace años, la estrategia diseñada en la sombra por Moragas y Pedro Arriola, el asesor principal de Mariano Rajoy, parece clara. Puede que el PP gane los próximos comicios del 26-J porque juega con las cartas marcadas verbigracia de esa píldora de la ignorancia que inhibe la capacidad de reflexión de gran parte de un electorado ubicado en la franja de la (ultra)derecha. Pero espero y deseo que la capacidad de reflexión se apodere de una izquierda (Unidos Podemos) y de un centroizquierda (PSOE) para llevar a cabo unas políticas capaces de satisfacer a la inmensa mayoría de la población española (con sus distintas identidades nacionales) y por ende, contribuir a revertir las políticas de la Unión Europea dictadas desde las cancillerías alemanas que han sido ajenas al sufrimiento de tanta gente, sobre todo del sur del viejo continente. De no ser así, vaticino que será el principio del fin del PSOE en su definición "totémica", un partido que debe soltar lastre si quiere sintonizar con un electorado joven que sí ha conquistado Podemos con un programa elaborado por personas que se sitúan a las antípodas de la ignorancia, aunque sus propuestas no resulten del agrado de muchos de mis paisanos.

martes, 7 de junio de 2016

«ASESINO EN LA CATEDRAL: UN NUEVO MISTERIO PARA GERVASE FEN» (1944), de EDMUND CRISPIN: CAMINO A TORLNBRIDGE

A los cincuenta y seis años podría considerarse una edad óptima para haber alcanzado una cierta madurez creativa en aras a perseverar en el ejercicio de la literatura, de la composición musical e incluso en calidad de antologista. Tres disciplinas que rara vez se dan cita en una misma persona, pero que tienen en Robert Bruce Montgomery (1921-1978) el valor de la excepción, si cabe aún más para alguien cuya vida se apagó definitivamente a punto de haber alcanzado los cincuenta y siete años, sumido en los últimos coletazos de su existencia en un cuadro de alcoholismo galopante. Una “debilidad” que le acompañó durante décadas, a modo de estímulo externo para con una actividad creativa que cabalgó entre la composición de bandas sonoras para la industria cinematográfica británica y la escritura de novelas, en este caso, bajo el seudónimo de Edmund Crispin.
Noventa años después de su prematura muerte, el sello Impedimenta se avino a publicar por primera vez en el estado español una novela escrita por Crispin, La juguetería errante (1946), con una acogida entre el público lector que invitaba a repetir el operativo con otro título de la serie consagrada al taimado detective Gervaise Fen. En el periodo de un lustro Impedimenta ha publicado un total de cinco novelas que llevan la rúbrica de Crispin y que tienen en Gervaise Fen su personaje medular. De esta forma, a El canto del cisne (1947), Trabajos de amor ensangrentados (1948) y El misterio de la mosca dorada (1944) le ha sucedido Asesinato en la catedral (1945), una de las apuestas del sello madrileño de cara a ser degustada en el verano del año en curso por parte de lectores con cierta inclinación por las novelas de misterio salpimentadas de un sutil sentido del humor. Un sentido del humor que incrimina a la comunidad universitaria con la que estuvo relacionado Montgomery en su etapa estudiantil allí donde arraigarían los lazos de amistad con Kingsley Amispero también con una considerable representación de escritores y/o dramaturgos (M. R. James, William Shakespeare o D. H. Lawrence, ya presente en algunas líneas de diálogo de La juguetería errante) a los que involucra en sus ficciones literarias con un tono que bascula entre el tributo y lo jocoso a través de los diálogos que sostienen personajes principales y/o secundarios de una función deliciosamente narrada a lo largo de sus trescientas páginas. Digno de una tesis sería el estudio de la influencia de la composición musical para cine (la mayoría de antologías glosan su importancia en este campo en la serie de films bajo el genérico Carry On, aunque representa parte de una producción que advierte una cierta propensión por historias sobre el mundo de la infancia, adolescencia y juventud) en la forma peculiar de narrar su serie de novelas de misterio concentradas sobre todo en los estertores de la Segunda Guerra Mundial y en los inmediatos años de postguerra. Un fondo bélico que apenas tributa en el espacio de una novela como Asesinato en la catedral, cuya mejor virtud radica en equilibrar la finura humorística (no exenta de cierta socarronería) con ese laberinto que acaba convirtiéndose en una investigación criminal precedida de una cadena de fatales accidentes. La puerta de salida del mismo se sitúa alejado del epicentro de Torlnbridge, allí donde concurren episodios que mueven al despiste al metódico Gervaise Fen, quien ejerce la cátedra de la deducción mental partiendo de la premisa que no existe el asesinato perfecto. Sin duda, las historias de Gervaise, profesor universitario que simultánea este trabajo remunerado con su afición por las pesquisas detectivescas, hubieran podido ser un material de interés para Alfred Hitchcock una vez asimilado al formato televisivo a principios de los años sesenta—  pero sin renunciar aún a una actividad (cada vez más dilatada en el tiempo) en el ámbito del cinematógrafo. No obstante, el rastro de Edmund Crispin iría perdiéndose en los meandros de una literatura habitada de figuras (seudo)detectivescas, buscando en ese eventual “anonimato” una nueva máscara con el que combatir el tedio de una vida demasiado dependiente del “factor etílico”. De tal suerte, Edmund Crispin actuó de crítico literario para periódicos de tirada nacional y exhibió sus dotes de erudito con la concreción de Best of SF (1955), pórtico de entrada a varias antologías dedicadas a la ciencia-ficción hasta completar un total de siete, dos números por debajo de los títulos protagonizados por Gervaise Fen, cuyo personaje surgió de la lectura de la novela de Michael Ines Hamlet, venganza. Ese sería el singular talismán de Edmund Crispin, al que colocaría en el centro de unas novelas que devienen una invitación expresa a integrarse en el programa de actos de la joie de vivre de cada uno de nosotros, eso sí, a costa de un reguero de asesinatos que esconden extrañas motivaciones, inclusive de orden sobrenatural con apelación directa a la brujería en los dominios de Tornlbridge...