jueves, 24 de diciembre de 2015

«BOB DYLAN: TODAS SUS CANCIONES. LA HISTORIA DETRÁS DE 492 TEMAS» (2015): EN LAS ENTRAÑAS DEL TROVADOR DE MINNESOTA

Nadie que tenga un mínimo conocimiento de la historia de la música en el siglo XX le puede negar a Bob Dylan la condición de artista escogido entre los escogidos, autor de uno de los legados más valiosos, más brillantes e influyentes de la era que nos ha tocado vivir. Y entre los muchos calificativos que los musicólogos de las últimas cinco décadas han dedicado a Dylan quizá el más resonante sea el que tiene que ver con su aptitud para la escritura de letras de canciones. Las aseveraciones maximalistas siempre son peligrosas, pero existe un bastante amplio consenso en considerar a Dylan como, simplemente, el mejor escritor de canciones del mundo. Se le consideró así ya desde una edad muy temprana, cuando a los veintipocos años, y al poco tiempo de llegar al caldeado escenario creativo y musical de Greenwich Village, se significó como el profeta de la generación contracultural, primero recogiendo la tradición left wing de trovadores como Woody Guthrie, después afinando su talento en la órbita de la generación beatnik. La cascada inaudita de grandes canciones que van desde Blowin’ in the Wind o Masters of War a Like a Rolling Stone o Just Like a Woman aún son consideradas en líneas generales o más bien bajo el barómetro de lo acumulativo, pues, y resulta ciertamente pasmoso, esa batería prodigiosa de canciones son escritas y grabadas en un lapso inferior a un lustro, entre 1962 y 1966 las más valiosas de su repertorio. Pero Dylan nunca dejó de estar ahí, de reinventarse, de jugar al escondite con el público y la crítica, de sacar discos o capitanear proyectos musicales de órdago con aliados de lujo. Han ido pasando las décadas y el músico de Duluth ha ido engrandeciendo su legado en registros bien distintos pero en los que siempre se ha caracterizado, por encima de juicios particulares, por tres elementos característicos que son los que en definitiva resumen si ello es posible lo dylaniano: la efervescencia poética de las lyrics, el dejarse acompañar por grandes músicos en deriva cada vez más franca a la vena blues, y el acento en radiografías humanistas y de corte social (que es una definición más amplia que la lectura ideológica o meramente política de las protest songs de sus inicios).
   Pues bien, si damos por bueno ese consenso y le otorgamos a Dylan la condición de uno de los mejores, sino el mejor, escritor de letras de canciones de la historia, de entre la muy abundante bibliografía que existe en España consagrada al músico hay dos libros que ningún estudioso de la música no digo ya un dylanita debe perderse, y que de hecho se complementan como lo hace un vademécum técnico y su correspondiente soporte practicum. Uno, el tomo Bob Dylan. Letras 1962-2001, publicado por Global Rythm en 2011, contiene precisamente eso, las letras, en lengua original y su traducción al castellano, de todas sus canciones hasta el álbum Love and Theft (2001). El otro, en realidad más valioso desde un punto de vista analítico, es el majestuoso volumen que Blume ha editado recientemente y que aquí nos ocupa,  Bob Dylan. Todas sus canciones, en el que los ensayistas Philippe Margotin y Jean-Michel Guesdon nos proponen adentrarnos en la génesis creativa y entraña artística de todas y cada una se dice deprisa de las 492 canciones editadas por el trovador de Minnesota hasta 2015.
   En esta “crónica de un repertorio”, como los propios autores tildan la obra, el aficionado puede, a priori, pensar que va a encontrarse uno de esos voluminosos trabajos cuyo mayor esmero es la labor de presentación y la profusión de documento gráfico. Se equivocan. No porque no sea así, ya que el volumen, haciendo buena la política editorial de Blume, se caracteriza por la excelencia en esos apartados formales. Pero lo que es más sorprendente, lo que convierte la obra en imprescindible, es la sabiduría y el tesón implicados en la confección de un documento que aúne lo exhaustivo con lo metódico, fruto de un trabajo de investigación sin duda arduo, y que Margotin y Guesdon han rubricado con éxito. Los autores hacen sencillo lo complejo proponiendo ese recorrido de forma rigurosamente cronológica –de tal modo que las primeras canciones analizadas, por ejemplo, no son las que corresponden al álbum epónimo que Dylan publicó en primer lugar, sino a tres grabaciones pretéritas por mucho que hayan visto la luz después, en la celebrada serie de los Bootlegs–, dedicando una presentación descriptiva de cada uno de los álbumes publicados del autor para después adentrarse en cada una de sus canciones, cosa que se aborda desde una doble perspectiva: la génesis y la letra por un lado, y la realización o ejecución musical por otra. Y eso sirve para cada uno de los treinta y cinco álbumes de estudio publicados por Dylan hasta Shadows in the Night, pero cediendo igualmente espacio a los singles, los recopilatorios, las bandas sonoras y los outtakes o rarezas que, mayoritariamente, han ido engrosando la citada colección The Bootlegs Series. Se hace evidentemente un mayor hincapié en las canciones más memorables, pero no resulta de ello una descompensación. Y, en buena lógica de lo afirmado, el resultado es un libro que roza la condición enciclopédica, un volumen de consulta más que una de esas obras que el dylanita devora con fervor en tres noches de insomnio. Su pretensión de entregar un trabajo de absoluta referencia resultaba difícil a estas alturas (pues, como se ha dicho, es abundante y notable la bibliografía sobre lo dylaniano), pero Margotin y Guesdon salen airosos por su capacidad para glosar toda esa galaxia Dylan recurriendo, como corresponde a un buen trabajo de estudio por mucho que en nuestro país se estile poco, al menos en lo que concierne al estudio de la música y el cine, no tanto a la apreciación personal –siempre discutible, siempre mutable– cuanto a multitud de testimonios de los propios interesados Dylan, sus músicos, acompañantes de gira, periodistas que las cubrieron, etc y referencias periodísticas que del modo más escrupuloso son citadas y debidamente referenciadas en un apartado final bibliográfico, en el que también comparece un valioso índice onomástico de todas las canciones de Dylan y de otros citadas a lo largo del texto. Chapeau.

   Dylan es el músico, el profeta, el escapista, el poeta, el maestro, el genio. Dylan es inagotable. Cambió el paisaje de la música rock para siempre; pero, mucho más que eso, se puede decir que el mundo es mejor gracias a su eminente legado artístico. Por eso no quiero resultar altisonante cuando manifiesto, con total convicción, que su obra debería estudiarse en las escuelas. Y si así fuera, sus discos serían el material docente y este extraordinario volumen de Blume sería el complemento idóneo, el libro de texto que da las claves más precisas para encontrar esa puerta mágica que, cuando uno abre, ya no cierra jamás.



viernes, 11 de diciembre de 2015

¿POR QUÉ VOTARÉ A PODEMOS EL 20-D?: DEL MINUTO «DE GRACIA» A LA LEGISLATURA «DE GRACIA»

7 de diciembre de 2015. De regreso de un largo semana en Carcassone, conocida por su ciudad amurallada situada en un promontorio cercano al núcleo urbano, al poco de cruzar en automóvil la frontera francoespañola, hicimos un alto en el camino en la Jonquera, a pie de autopista. A pesar de los atentados acaecidos en París que habían conmocionado a la sociedad francesa semanas antes, no parecía advertirse un incremento de la policía aduanera al paso por territorio español y, una vez cubiertos unos cuantos kilómetros, el puesto de descanso registraba en un lunes festivo muy poca actividad. Mientras mi mujer Esther y mi cuñada Silvia trataban de recuperar el apetito a base de ensaladas, me abstuve de ingerir alimento alguno y me interesé por ver el debate a cuatro programado por Atresmedia en distintos canales y emisoras. Situadas en una de las paredes que revisten el self service donde entramos, dos pantallas de televisión parecían concitar a una cinefilia invisible (Paramount Channel hacía su enésima referencia a un mundo en armas a través de una película protagonizada por Charlton Heston). Sugerí que cambiaran de canal con el ánimo de ver un programa largamente anunciado. Debía hacer algún comentario para mí mismo que las antenas de la mujer de la limpieza que actuaba por esa zona del self service donde me encontraba se subió rauda al carro de las ilusiones, viendo reflejado esa luz en sus ojos cuando hablaba que su voto sería a favor de Podemos, al tiempo que la mirada del encargado de sala parecía dirigirnos alguna suerte de letanía (anuncio de una reprimenda que quedaría fuera de campo para un servidor). En un punto intermedio, se situaba una mujer de mediana edad que se ocupaba de servir los platos, firme en su postura de comentar que todos los políticos cuando tocan poder se convierten en lo mismo y, por consiguiente, se desapuntaba a la hora de votar el próximo 20 de diciembre. 
 Al regresar sobre la carretera, aquella minúscula anécdota me reafirmó en la idea que Podemos ha despertado renovadas esperanzas para la base de un país que ha experimentado un grave retroceso en el último lustro en materia educativa, social, económica, sanitaria, cultural, etc. Cuando volví a tomar tierra mis pensamientos sintonizaron con ese debate a cuatro, pero me batí en retirada sin saber el contenido de ese “minuto de oro” reservado a cada uno de los participantes. Al día siguiente, entré en Youtube y me recreé en ese minuto reservado a Pablo Iglesias, en un speech que fue todo un prodigio de capacidad de síntesis de las razones del porqué votar a Podemos. Un discurso final exento de mácula, en que Iglesias colocaba en el muro de la vergüenza, casi como si se trataran de postifs, un rosario de actos punibles, denunciables amparados por el gobierno del PP (Partido Popular) con el ausente (en el debate) Mariano Rajoy al frente de la presidencia. En contraposición, la invitación a esbozar una sonrisa (la misma que parecía dibujar de manera profética la humilde trabajadora de la limpieza con la que intercambié unas palabras la noche anterior) por parte de esas clases bajas y medias si soplaban aires de cambio en vísperas de Navidad me llevó al convencimiento que Iglesias, en esa formulación dual, había dado en la diana en poco menos de un minuto “de gracia”. Esos aires de cambio parejos a los que habían soplado, de norte a sur, de este a oeste, en el territorio español a principios de los años ochenta de la mano de un PSOE (Partido Socialista Obrero Español) con Felipe González en su punta de lanza. A lo largo de las últimas décadas del siglo XX y en el arranque del nuevo milenio los logros del PSOE han sido incuestionables, pero resulta más que evidente que han sido incapaces muchos de sus dirigentes por combatir una corrupción enquistada en sus órganos de gobierno, sobre todo allí donde se sigue localizando uno de sus principales graneros de voto, en la comunidad andaluza. Asimismo, los desvaríos verbales, entre otros, del que había sido el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, en relación al Estatut de Catalunya aprobado a mediados de la década pasada por el Parlament, contribuyeron a abrir la caja de Pandora en forma de un independentismo que ha ido haciéndose fuerte en los últimos tiempos. Momento más que oportuno para que Artur Mas, el líder de la extinta Convergència i Unió, aprovechara la circunstancia para levantar una cortina de humo y así tratar de tapar la puerta de entrada de ese avispero de corrupción localizado en el seno de un partido que acabaría escindiéndose en el verano de 2015, en la antesala de las elecciones autonómicas con marchamo plebiscitario verbigracia de la formación/agrupación de nuevo cuño Junts Pel sí (la suma de distintas plataformas sociales, ERC i Convergència Democrática). Tratando de recomponer la figura, el PSOE ha escogido a Pedro Sánchez como su frontman para aspirar a ganar las elecciones el 20-D. Una vez puesto en evidencia frente a alguien mucho más preparado que él como es Pablo Iglesias en el debate a cuatro, con las expectativas de voto en franco declive el PSOE ha movilizado a barones y ex presidentes para contrarrestar el avance inexorable de Podemos, el partido que representa para un servidor lo mejor de aquel partido socialista —al que confié el voto al estrenar mi mayoría de edad hasta 2012, con algún que otro voto en blanco en forma de “castigo” por los asuntos de corrupción que salpicarían a algunos representantes de su cúpula y a cuadros intermedios— guiado por la dupla González-Guerra. Ahora, esa guardia pretoriana del PSOE de los años ochenta y noventa, lejos de entender la realidad de la cosas con un partido emergente que ha sabido aglutinar una ilusión, armando un discurso dictado por el sentido común (el menos común de los sentidos, dicho sea de paso) y con un claro objetivo por “rescatar” a las personas más necesitadas y dejar de que el gobierno de turno sea, entre otras cuestiones, la correa de transmisión para los intereses de una élite económica y financiera, arremete contra el partido liderado por Pablo Iglesias con una artillería de despropósitos que quizás alcance para ser recogida con entusiasmo por un sector de la población. Pero, intuyo, que gran parte de los votantes de izquierda —una etiqueta que personalmente no me entusiasma pero resulta orientativa al respecto— y aquellos instalados en el abstencionismo sine die empiezan a mirar un horizonte con esperanza gracias a una formación llamada Podemos, enraizada en la sociedad civil, a la que daré mi voto el próximo 20-D. Cada una de las palabras, frases expresadas por Pablo Iglesias el pasado 7 de diciembre en los estudios de Atresmedia en Madrid las suscribo a pies juntillas. Un minuto "de gracia" que esperemos se convierta en una legislatura "de gracia” con Podemos encabezando un gobierno del que nos podamos sentir orgullosos fuera y dentro de nuestro propio territorio. Podemos.