viernes, 28 de febrero de 2014

«OPERACIÓN PALACE» (2014): JORDI ÉVOLE Y LA OTRA CARA DEL 23-F… DE FRAUDE

Hace poco más de un mes, por no sé que motivo salió a colación el fatídico 23-F en el curso de una charla con unos amigos de la infancia que acudían a la presentación de mi último libro, Historia del cine británico (T&B Editores, 2013) en la Tecla Sala de L’Hospitalet de Llobregat. Uno de ellos, Agustí Borras, trataba de refrescarme la memoria que ese día estuvo en mi casa. Pero, en ese momento, me mostré incapaz a la hora de recordar al detalle las personas que estaban a mi alrededor, salvo padres y hermanos. La televisión y la radio se habían convertido en los “protagonistas” de aquella velada, la puerta de entrada para conocer la realidad de un país que había padecido cuarenta años de dictadura y que, tan solo un lustro después de haber entrado en un proceso democrático, la alargada sombra del poder militar se cernía sobre el órgano donde reside la máxima representación de la soberanía popular, esto es, el parlamento. Al viajar en el tiempo hacia ese momento concreto de la historia de nuestro país mi mente procesaba la información bajo un manto de maniqueísmo. Esa es la lectura que extraje a mis trece años: el Bien había triunfado sobre el Mal. De la tensión, la zozobra y la inquietud de las primeras horas de la tarde cuando el coronel de la Guardia Civil Francisco Tejero irrumpió en el Congreso amb tricorni i metralleta (La Trinca dixit), al respirar hondo, al alivio cuando amanecía el día martes 24 de febrero de 2014.
   Como si se tratara de un relato bíblico, treinta y tres años después Operación Palace (2014) “resucita” el tema del 23-F en la programación dominical para batir récords de audiencia en una televisión que ya no es ni de lejos la del UHF y el VHF; más bien se cuentan por decenas las cadenas televisivas prestas a satisfacer una variopinta selección de propuestas apta para todos los paladares. Tampoco hay rombos que valgan, en forma de balizas que indiquen sobre el peligro de ver determinados canales por parte de los más pequeños de la casa. En ese periodo en plena Transición, el contenido de Operación Palace no hubiera sido observado lesivo para los intereses de infantes o adolescentes por temas relacionados con la violencia o el sexo. Pero sí que cabía, a día de hoy, una nota de aviso para un amplio sector de la población que pasó realmente miedo ese fatídico 23-F, y ni siquiera el paso del tiempo ha borrado ese amargo recuerdo. No obstante, en esa jungla tan solo apta para depredadores en la que se ha convertido la televisión con el fin de preservar el share conquistado frente a los competidores, la Sexta movería ficha y, a golpe de teaser, avivarían el interés para que los españoles nos sentáramos frente al televisor el domingo 23 de febrero de 2014 y sintonizáramos con la emisión de Operación Palace, encubierto de una especie de “especial” a la sombra de Salvados, dirigido igualmente por Jordi Évole. Solo hubo un consejo por parte de la Sexta: que no nos perdiéramos el final. Vamos, que no nos fuéramos a la cama cuando aparecieran los títulos de crédito. No obstante, hice caso omiso al aparato publicitario de la Sexta —un canal que solemos frecuentar en casa, dicho sea de paso— y orientamos la antena hacia otra cadena más con un ánimo prosaico que por dar con alguna auténtica gema en prime time. A la mañana siguiente, los posicionamientos en contra y a favor sobre el especial de marras tuvieron ocupados a gran parte de la nómina de asiduos de las (mal) llamadas redes sociales. Entonces, me mostré un tanto ambivalente, esquivo a situarme en una posición firme del signo que fuera. Simplemente, no había visto el programa y, por tanto, no podía emitir un juicio con todas las de la ley. Hubo un hecho, en cambio, que me llamó poderosamente la atención cuando Antonio García Ferreres, el conductor de Al rojo vivo de la Sexta, entrevistó a Jordi Évole a pie de obra, es decir, en la redacción en que, al fondo figuraban varios de sus colaboradores con las miradas absortas en sus trabajos. Al ser abordado por Ferreres con una pregunta relativa a la comparación que había generado Operación Palace con la narración radiofónica de La guerra de los mundos por parte de Orson Welles, el periodista catalán tiró del manual de la modestia, apelando al sonrojo que le generaba el solo acto de citar al multidisciplinar artista norteamericano. El vocablo “genio” no asomaría al referirse a la persona de Orson Welles, pero sí cuando hizo mención a, por ejemplo, el ex miembro de La Trinca Josep María Mainat, quizás por aquello de la cercanía. La misma cercanía que había llevado a razonar a Jordi Évole que el “equivalente” de Stanley Kubrick en Operación Luna (2002) —el mockmentary que,  según confesión propia, le había servido de inspiración— para ser para otra Operación, la del Palace, un cineasta madrileño batido en retirada tras el último fiasco en taquilla, de nombre de pila José Luis,  y que adquiriría el álias de Garci al eliminar la última vocal de su recurrente apellido en los listines telefónicos. Garci, atrincherado en los despachos de su productora Nickelodeon, aceptó el envite. Él mismo se prestaría a un juego que pasaba, entre otros asuntos, que el plan pergeñado en el Hotel Palace por personajes de la vida pública situada en las altas esferas del poder, tuviera una recompensa para José Luis Garci en forma de Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa por Volver a empezar (1982). La sola presencia del cineasta madrileño en esta Operación Palace me hubiera hecho torcer el gesto al acudir a la convocatoria “catódica” del día 23-F de 2014. Rocambolesca, sin duda, resulta el relacionar su estatuilla dorada conquistada en Hollywood con su participación en un asunto de estado perpetrado en la trastienda del poder. Pero lo que definitivamente  desmonta el ardid es la explicación que Garci ofrece a cámara en torno a la película escogida por el ente de RTVE para amenizar una velada que se hizo eterna para tantos conciudadanos españoles. Protagonizada por Bob Hope y Virginia Mayo, El corista y el pirata (1945) no figuraría ni entre las 10.000 películas que Garci hubiera seleccionado para emitir, máxime tratándose de una producción sin púrpura en la silla del directed by, reservada en esta ocasión a David Butler, un auténtico desconocido incluso entre la cinefilia más recalcitrante. Con este par de “detalles” me bastó para que la propuesta de Évole y su equipo acabaría diluyéndose, asomando en su superficie un espléndido trabajo visual, marca Salvados, pero bajo la misma un arabesco que apenas sostiene el edificio narrativo. Un edificio que se desmorona desde la distancia una vez los explosivos se activan francos a dinamitar las versiones oficiales, las que se llevan arrastrando año tras año hasta sumar treinta y tres. Évole se daba por satisfecho con que el experimento sirviera para que el espectador reflexionara sobre si la mentira se ha instalado definitivamente en nuestros días al asomar periódicamente a la ventana de la información, la que ofrece Internet, la televisión, la prensa escrita o la radio. Una información presa de intereses políticos, financieros, económicos, sociales y/o ideológicos, difícil de procesar cuando su caudal es abundante y baja con fuerza, erosionando en sus laderas ese periodismo a la vieja usanza en el que el primer mandamiento deviene la verdad. Évole faltó ese 13/12/014 a la cita con la verdad, leit motiv de Salvados para buscar precisamente el reverso de la misma, el de una mentira encofrada en una mentira. Él lo sabía pero se la jugó, en un gesto de gallardía que tiene un arma de doble filo. Más que perseguir una comparativa con la locución radiofónica de La guerra de los mundos, de la que el oyente estuvo advertido del relato ficticio desde el principio de su emisión, según el prisma de un servidor, Operación Palace responde mejor a los paralelismos con otra producción arbitrada por Orson Welles, titulada F for Fake (1973), un mockmentary en toda regla. 23-F… de Fraude, el título escogido para el estreno en nuestro país del que acabaría resultando el canto del cisne de Welles cineasta. Otro canto de cisne se adivina en el horizonte profesional de Évole si vuelve a incurrir en el «falso documental» una vez puestos en una balanza los pros y los contras de un experimento tan fallido como afortunadamente lo fue el golpe de Estado un día del primer invierno de la década de los ochenta.


lunes, 17 de febrero de 2014

«SHAKEY, LA BIOGRAFÍA DE NEIL YOUNG»: UNA SERIE DE CATASTRÓFICAS DESDICHAS

Para la elaboración de Neil Young: una leyenda desconocida (2009, T&B Editores) me resultó de suma utilidad la biografía titulada Shakey (2002, Anchor Books), firmada por el periodista Jimmy McDonough. El volumen en cuestión se revelaría ante mis ojos al poco de ser editada, a un precio astronómico merced a sus ochocientas páginas la tapa dura que debió encarecerla, y su carácter de pieza de importación servida por una tienda de discos que lo exhibía, cuál reliquia, entre su poco concurrida sección dedicada a las obras en papel. En aquel momento desistí de comprarlo, pero un lustro más tarde, en plena inmersión por los procelosos mundos de Neil Young, me hice con una edición en tapa blanda, impreso en papel de escaso gramaje (a las puertas de ser catalogado de papel-biblia) pero con un alto contenido calórico en la narración de una existencia bigger than life. A Jimmy McDonough el genio canadiense le hizo un traje a medida... de un carácter que persigue el horizonte de “su” verdad sin reparar en demasía en los “daños colaterales”. En la particular epifanía de Neil Young no debía entrar los planes de una obra que cambiara el rumbo de lo presumiblemente pactado entre biografiado y biógrafo. A priori, la línea que jamás debía traspasar el redactor de “Village Voice” era el de explayarse en cuestiones de ámbito doméstico que comprometieran a familiares del entorno más cercano del canadiense de Ontario. Era como tocar su médula espinal con un punzón, el mismo aparato que había medido a los cinco años el alcance de una polio que a punto estuvo de dejarlo postrado en una silla de ruedas. Demasiado dolor enquistado en el fuero interno de un cantante y compositor excepcional para que McDonough derrumbara esos muros de privacidad, cuyo cemento a menudo dejaba filtrar una luz desde el interior en forma de canciones que debían leerse en clave metafórica. Sin encomendarse ni a dios ni al diablo, al leer las galeradas de Shakey el inveterado seudónimo utilizado por Neil Young cuando ha tratado de configurarse sobre todo en una “entidad” cinematográfica más próxima a Jean-Luc Godard que de un academicista estilo James Ivoryel artista norteamericano frunciría el ceño y, acto seguido, vetaría la publicación de la biografía de marras. Jimmy McDonough movió ficha y entraría en una espiral de litigios en aras a que su trabajo de investigación de casi diez años no quedara varado por mor de la ruptura de un acuerdo que consideraba improcedente. A la postre, Neil Young convino en reconducir la situación y adaptarse a la nueva realidad, fuera de los focos de las salas de justicia que había visitado con motivo, por ejemplo, de las visicitudes derivadas del accidentado proceso de producción del largometraje Human Highway (1982), una rareza en toda regla. McDonough, desgastado por todo aquel proceso, parecía hacer suyo el estribillo de la canción “It’s the End of the World”, de Skeeter Davis que se escucha en algún tramo de esa «autopista humana» con regusto de serie Z, pero con una leve variación: “It’s the End of the Neil Young’s World". Otro biógrafo se hubiera prestado a incluir una suerte de postfacio, de actualización para alguna de las sucesivas reediciones de Shakey. Sin embargo, Jimmy McDonough había cerrado un capítulo de su vida personal y profesional en 2002. Han transcurrido una docena de años desde entonces y Neil Young, lejos de levantar el pie del acelerador sigue con un ritmo de trabajo endiablado, sumido en dar cabida al relato de su propia historia la primera parte de su autobiografía ya ha tenido acomodo en el mercado editorial bajo el título Waging Heavy Peace (2012, Blue Rider Press), giras de conciertos por medio mundo (que ha incluido el comeback del resto de los Crazy Horse), ediciones de discos y la consagración a desempolvar tesoros aún ocultos para los amantes tot court de su música. Si para una persona corriente reiventarse puede suponer toda una prueba de fuego, llamándose Neil Percival Young representa una empresa titánica. Y en eso anda una vez traspasado el umbral de una edad de jubilación que no guarda sentido en un alma inquieta como la del canadiense. 
   Un par de años después de la publicación de Neil Young: una leyenda desconocida la inminencia de la edición en lengua castellana de Shakey parecía una certeza casi irrefutable. En la web de Global Rythym lucía idéntica foto en blanco y negro del Neil Young de los 70 que en la edición de Anchor Books, eso sí con el subtítulo «Una biografía de Neil Young». La buenanueva parecía haber llegado, corrobado por los preceptivos enlaces de compra en las páginas web de las versiones digitales de casadellibro.com y fnac.es, o del portal amazon. A partir de ese noviembre de 2011 los meses se irían sucediendo pero sin que el libro cobrara visibilidad en las tiendas. A través de diversos posts los amigos de En la playa de Neil Young la mayor colonia de seguidores del músico canadiense en nuestro país, una vez procesado un cierto sentido de desazón, se calibraría la posibilidad de abordar una labor colectiva consistente en traducir Shakey a la lengua de Dámaso Alonso con algunos voluntarios familiarizados con las peculiaridades de la lengua de John Milton. Hasta lo que conozco, el proyecto quedaría desarbolado; los gestos voluntarios se cobran, a veces, sus propias limitaciones.    
   El relato de «las catastróficas desdichas» en torno a la biografía de Neil Young no finaliza aquí. Una vez perdida la pista de Global Rhythm, al principio del mes de febrero del año en curso recibí una newsletter de Malpaso Ediciones en que pude leer entre los avances de edición el lanzamiento de la biografía de Neil Young traducida al castellano. Releí un par o tres de veces la noticia para cerciorarme que regresaba sobre la pista de Shakey. Luego conocí de primera mano que la salida al mercado de tal novedad se posponía sine die. Otra mal paso para una biografía que nació "maldita". Llegados a este punto, no puedo por menos que apelar a la voluntad de los neilyoungueros que habitan en la playa y en sus aledaños para resolver semejante entuerto. Neil Young, para un servidor uno de los más grandes músicos de nuestro tiempo, merece la publicación de esa biografía “gafada”, básica para conocer los entresijos vitales y profesionales de un “pura sangre”, inasequible al desaliento y con los arrestos suficientes cumplidos los sesenta y ocho años para brindarnos un buen puñado de gemas en forma de álbumes que se acercan a la cifra de cincuenta, descontados los directos, los discos en comunión con Buffalo Springfield, y Crosby, Stills, Nash & Young, y otros artistas y formaciones ociosas de haber cumplido un sueño. Maybe, A missing dream.