viernes, 28 de diciembre de 2012

ENRIQUE REDEL, BUQUE INSIGNIA DE IMPEDIMENTA: EL PERSONAJE DEL AÑO 2012 EN «EL MUNDO DE HALDANE»


Camino de los cinco años publicando con regularidad este blog que surgió casi en forma de impulso, sin precisar otro objetivo que el de dar cabida a temáticas de distinta índole que difícilmente asoman en el primer plano de la actualidad, si el empeño persiste me gustaría que al cierre de cada año tributar un pequeño, minúsculo homenaje a personas que hacen una labor silenciosa pero efectiva en pro de la cultura en este bendito país. He barajado varios nombres para inaugurar esa modesta distinción con carácter anual. Al final me he decantado por Enrique Redel (Madrid, 1971), cuya Editorial Impedimenta nació prácticamente al unísono que El mundo de Haldane. Cumplido, pues, ese lustro no me mueve más que mi propio criterio para manifestar que Impedimenta es uno de los mejores sellos editoriales existentes en lengua castellana en la actualidad. Su principal «culpable» se llama Redel, a quien tuvo el privilegio de conocer meses atrás. Atlético por la gracia del Dios balompédico, de trato afable, Redel por encima de cualquier consideración es un amante cuál copa de pino de la literatura, aquella provisionada para degustarse mientras sorbemos una taza de té o de café, colocando piezas de música clásica o de bandas sonoras (como sería, por regla general, en mi caso) al fondo de esos ratos aptos para el placer de la lectura. Tras esa siembra de esos primeros años complicados, en las que las palabras de aliento se contraponen a las advertencias de un rumbo (editorial) equivocado (sobre todo proveniente de las filas de los correligionarios de un tipo de novelas carentes de un cuerpo literario de enjundia arbitradas por (seudo)escritores mediáticos), Impedimenta ha proveído a los lectores de una larga relación de novelas presididas por un nivel de calidad por encima de la media. Suyo ha sido el mérito de convertirse en el editor que mayor proporción por libro publicado de autores desconocidos por estos pagos que han abandonado el anonimato puestos a disposición por los lectores curiosos y ávidos a la búsqueda y captura de piezas maestras. Podría ocupar un solo post de las dimensiones habituales de El mundo de Haldane pasar lista de las mismas bajo el sello Impedimenta. Pero ya que Redel merece, para un servidor, la consideración de personaje de 2012 en este espacio, tomaremos una selección de novedades del presente año que toca a su fin escogidas por el propio editor, para ofrecer la medida de que la capacidad de riesgo, en ocasiones, obtiene los frutos adecuados y deseados: Nostalgia de Mircea Cartarescu; El país imaginado de Eduardo Berti; Caída y auge de Reginald Perrin de David Nobbs; Gazier & Ciccolini de Virginia Woolf; y La muerte del corazón de Elizabeth Bowen. Ésta última de la que me ocuparé en el próximo post de El mundo de Haldane—  deviene un ejemplo paradigmático del tesón de Redel por escrutar en esa literatura de altos vueltos que ha permanecido durante tanto tiempo opaca a los lectores aficionados. Su olfato le suele situar en las Islas Británicas, un filón aún por explotar, si bien las antenas de Enrique Redel están orientadas hacia infinidad de rincones del planeta, algunos tan privativos para colegas de su gremio como Rumanía, Australia o Polonia. En tiempos de zozobra económica, la empresa de Redel se sostiene merced a su buen tino en la elección de material literario con letras mayúsculas, siendo esos sellos que imprimen confianza en el lector habida cuenta que la palabra decepción tiene poco encaje entre tanta excelencia, de la «A»de Adón (Pilar) a la «W»de Woolf (Virginia). Esperemos, por tanto, que Impedimenta se posicione conforme a una de las editoriales punteras del siglo XXI por lo que compete a la literatura de alta graduación en su fondo y en su forma. Gracias Enrique por tu excelente labor. Un personaje, sin duda, digno de admiración en un panorama editorial yermo de editores que merezcan tal nombre.   

domingo, 23 de diciembre de 2012

«MAS-CARADA» PARA UN REFERÉNDUM O LA PIEDRA ROSETA DEL NACIONALISMO CATALÁN


Desde el 11 de septiembre del año que está a punto de echar el cierre he ido observando y tomando nota de lo que acontece en torno al órdago a la grande planteado por Artur Mas, el actual Presidente de la Generalitat de Catalunya –embestido por segunda vez con tales honores hace poco menos de una semana, al gobierno del PP en relación al territorio español. Las interpretaciones que se han llevado a cabo sobre el porqué Mas plantea un pulso al gobierno estatal español que sabe tiene perdido de antemano, convocando un referéndum que el marco de la Constitución Española no contempla, son muchas y algunas de ellas ciertamente rocambolescas. Para entender el perquè de tot plegat (Quim Monzó dixit) cabe remontarnos a ese 11 de septiembre de 2012 donde, a vista de pájaro, las capitales de provincia de Catalunya, y en especial, la Ciudad Condal se cubrían de un manto de banderas cuatribarradas, combinación de rojo y amarillo. Ni los más viejos del lugar pudieron dar crédito de que un millón y medio de personas mostraran un supuesto afán reivindicativo cuando en la Diada de no demasiados años atrás se contabilizaban apenas unas decenas de miles enarbolando la bandera en un acto, a todas luces, de marcado signo independentista. A esas alturas del ciclo legislativo de Artur Mas la conclusión a la que había llegado él y sus consellers parecía bastante certera: un callejón sin salida, en forma de ahogo financiero, se cernía sobre la administración catalana si no se operaba en el horizonte un milagro... o un espejismo. Descartado el milagro, el espejismo se crearía a través del millón y medio de habitantes del planeta catalán que parecían ir al unísono en la voluntad de proclamar el estado independentista. En esa jornada de sábado estuve allí no con el afán reivindicativo que se podría presuponer si no en calidad de acompañante, si se quiere notario de una realidad en que se podía palpar un aire festivo, pero asimismo se mostraban rostros de indignación, de pesar, de agotamiento y de profundo desconcierto. Y como un servidor, contabilizo que, cuanto menos, algún que otro centenar o varios centenares de miles de personas congregados en la vía pública de la Diada 2012 tenían o siguen teniendo en mente que la solución para Catalunya no se llama independencia. No obstante, ese comité de sabios que asesoran a presidentes incapaces de pisar los mercados más que en viernes electoral o coger el metro en alguna estación susceptible de inaugurar para hacerse la foto pertinente camino de algún que otro mítin, debieron hacerle llegar a Mas que “el gran momento” estaba servido. Pese a los cantos de sirena que podrían tentarlo de emprender una huida hacia adelante, el líder de CIU hubiera esperado a concluir su ciclo legislativo en 2014 y luego plantear en el programa electoral de su partido una aspiración independentista colocada negro sobre blanco, y siempre con el consenso del otro partido hermanado bajo las siglas de CIU, esto es, Unió Democràtica, con Josep Antoni Durán i Lleida al frente. No obstante, la situación, lejos de mejorar, pintaban bastos por cuanto los recortes en materia de sanidad, educación, cultura, bienestar social y demás, unido a la subida de impuestos, irían creando un creciente malestar entre la ciudadanía. En ese mecanismo de autodefensa en que la culpa es de los demás a las que se agarran no pocas personas para eludir sus responsabilidades y en particular sus fracasos, Artur Mas sabía que culpabilizar de todos los males a la Administración Rajoy podría servir como muro de contención de esa avalancha de críticas que se le venían encima. Pero ese muro de contención advertía de fisuras en su estructura de difícil arreglo y, perdidos al río, algún día de la segunda quincena de septiembre de 2012, Mas debió interrogarse sobre la bondad de adelantar las elecciones. El pulso al poder del PP estaba servido, y entonces cubierto sobre la bandera del independentismo su figura y la de su partido parecía salir, según sus cálculos, reforzada. En esa ecuación faltaba, sin embargo, un detalle nada baladí: la asfixia económica de la Generalitat de Catalunya tenía fecha concreta: la profecía del 2013, no la concebida por Francesc Miralles en su obra literaria, si no la de índole económica se cifraba en más de 10.000 millones de euros que la administración de la Generalitat debe satisfacer en concepto de intereses generados, entre otras partidas, por los bonos emitidos en estos últimos años con un claro sentido de «operación patriótica». Cada cuál en su casa echa cuentas para saber hasta dónde puede llegar. La Generalitat, con Mas gobernando los destinos de la misma, las tenía bien claras y su plebiscito del pasado 25 de noviembre fue una cortina de humo, una maniobra dilatoria que le ha dejado en un escenario, si acaso, más pantanoso, arrimándose a ERC (Esquerra Republicana de Catalunya). La formación que lidera Oriol Junqueras actúa de contrapoder a partir de que han firmado un pacto de gobierno con CIU para tirar adelante con un referéndum para la independencia, loable, pero con toda seguridad, inviable. Más que nada, porque solo el discurso de desagravio económico no soporta una ruptura de Catalunya para con el estado español, mire por dónde se mire. No tengo la menor duda que ese referéndum no se celebrará en el horizonte de los próximos años y, a unas decenas de años vista, dudo mucho que en los hijos de los inmigrantes arraigue un sentimiento nacionalista con tal fuerza que conlleve la escisión con el estado español. Quizás para entonces, el verdadero problema se encuentre bajo nuestros pies, el de una terra trema por efectos de la acción del hombre, sea cuál sea su signo ideológico o identitario. Ah, y para los que puedan recelar, al leer este post, sobre mi aprecio por Catalunya, un servidor editó y dirigió una revista en catalán –Seqüencies de cinema, hablo y escribo con corrección la lengua de Salvador Espriu y conozco la mayor parte de sus rincones. Pero esto no quiere decir que comulgo con ruedas de molino... de viento forjados en el imaginario de Mas y Junqueras, repartiéndose los papeles de Don Quijote y Sancho Panza, haciendo del independentismo las puntas de lanza para ahuyentar al «enemigo» español y crear un estado propio en una idea de shangri-La post-2013 nada más lejos de la realidad.

domingo, 16 de diciembre de 2012

«LA BUENA NOVELA» de LAURENCE COSSÉ: LA LIBRERÍA DE LA RUE DUPUYTREN O LA EXPRESIÓN DE UNA UTOPÍA


«Y, además, recuerde: en Méribel, durante aquella semana en la que reflexionamos todas las noches sobre la librería de nuestros sueños, llegamos a la conclusión de que, para lograr nuestro objetivo, necesitaríamos una librería así pero inglesa y en Inglaterra, una italiana en Italia, una española, una alemana, con una selección diferente cada vez, centrada en cada ocasión en un área lingüística y en un patrimonio literario particulares, de la misma manera en que en La Buena Novela se privilegia un fondo editorial francófono» expresa Francesca, una de las empleadas de la exquisita librería gala que da nombre a la novela que nos ocupa. Con ello la autora Laurence Cossé (1950, Boulogne-Billancourt) trata de manifestar, en boca de Francesca, la vocación universal de una obra literaria que debía figurar, ya desde su impresión en el país vecino, por derecho propio en la colección de novelas que tributan en el sello Impedimenta. Así, tres años después de su bautizo editorial francés, la pieza literaria de Cossé amplia espacio geográfico al ser traducida a la lengua de Machado por parte de Isabel González-Gallarza, en una nueva apuesta de Impedimenta por dar a conocer obras que sin un cierto sentido de la osadía y de la valentía, dormirían el sueño de los justos en ese Departamento invisible de multitud de editoriales donde se acumulan propuestas sin que nadie ose reparar en las mismas.
   Además de una pieza ociosa para «recolectores» de delicatessens, imbuidos por el arte de la lectura, en el que verbo o el adjetivo preciso produce un «efecto placebo», La Buena Novela razona sobre el territorio de la utopía, en que una idea vaga sobre la necesidad de concentrar en unos centenares de metros cuadrados obras literarias de enjundia lesivas a seguir criterios del gusto de la mayoría de público, acabe germinando y tornándose en un oasis dentro de una cultura en plena fase de desmenbramiento en la sociedad actual, en virtud de un rendimiento económico, por lo general, deficitario. Para construir esta «novela utópica» Cossé orilla el recurso epistolar que había empleado Helen Hanff en 84 Charing Cross Road (1970) otra novela imprescindible para los amantes de la cultura que buscan refugio en las librerías out-system, que resuman olor a viejo, dejando que el debate establecido entre librero y cliente quede acotado sumariamente, ya que el motor de la propuesta de la escritora francesa se circunscribe a los hombres y mujeres que hacen posible tamaño sueño. Cierto que resultan tan solo unos pocos al frente de la intendencia, la citada Francesca Aldo-Valbelli (de linaje aristocrático) e Ivan «Van» Georg (con un pasado turbio a sus espaldas que tuvo en la literatura una pauta «redentora»)  los que quedan expuestos de cara al público (memorable las páginas que destina Cossé a establecer categorías de hipotéticos clientes), pero representa la punta del iceberg de un operativo en forma de comité de selección, responsable de filtrar los títulos que acaban conformando el patrimonio literario (con claro acento francófono) de La Buena Novela. Bajo criterios que para algunos puede sonar a sinónimo de pretenciosidad, elistismo o pedantería, o sendos calificativos a la vez, la librería parisina se hace visible el último día del mes de agosto de 2004 para acabar quedándose y formar parte de la inmensa red de librerías que siguen abasteciendo al país vecino. Entre los individuos que asoman por la librería de la Rue Dupuytren y que son descritos por Cossé por lo general, sin reparar en demasía en sus respectivos aspectos físicos; espacio para que la imaginación del lector pueda poner cara, por ejemplo, a la joven Audrey Doudou, que podría ser un trasunto de la actriz de idéntico nombre y con un apellido de una fonética muy cercana—, se cuelan periodistas atraídos por ese fenómeno que, en ciertos casos, tratan de torpedear un proyecto nacido desde el entusiasmo, cuando no devoción, por la «alta literatura». Ataques desde el exterior que son repelidos por ese cuerpo de mando concretado en las personas de Ivan y Francesca, alma matters de una empresa que reside, como apuntaba, en el propósito de la utopía trazado por la pluma de un autora que no tardará, aventuro, a repetir presencia en el catálogo de Impedimenta. Del mismo no dudo que esa librería imaginada perlada de incunables, de obras mayúsculas de la Literatura de alcance internacional con domicilio fiscal en nuestro país (calculo que en casco antiguo de Madrid o en el Eixample barcelonés), extraería decenas de los títulos publicados por Impedimenta. Una empresa que, por ventura, se ha ido consolidando cada vez más en el suelo editorial español, capitaneado por Enrique Redel y operando en la «sombra» ese comité de sabios entre su legión de fieles lectores, que presumo recomiendan títulos leídos en las lenguas más diversas que todavía no han tenido traducción en papel con membrete made in spain. A vuela pluma, en esa soñada librería émula de La Buena Novela arraigada en Madrid, Barcelona o en cualquier capital de provincia del estado español, no resultaría ninguna sorpresa encontrar ediciones de La juguetería errante de Gervaise Fenn, Nostalgia de Mircea Cârtâcescu, La hija de Robert Poste de Stella Gibbons, Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay... y a soberbia La Buena Novela de Laurence Cossé. Todas ellas fácilmente distinguibles al tacto por la rugosidad de su cubierta e ilustraciones que sirven de puerta de entrada a un ejercicio de seducción a través del mundo de las palabras que ordenadas de forma conveniente se transforman en un arte tan placentero como la lectura.  

domingo, 2 de diciembre de 2012

«COSAS TRANSPARENTES» de Vladimir Nabokov: ÚLTIMO CAPÍTULO... COMPLETO


«El tiempo actúa sobre las relaciones efímeras
y un nuevo aroma se añade al recuerdo»

Vladimir Nabokov (Cosas transparentes)


En el mundo del arte, el término «completista» suele asociarse a aquellos aficionados al cine o a la música, celosos de conocer hasta el último detalle la obra de un determinado director, cantante o grupo a través del coleccionismo de cada una de las piezas que conforman la misma. Los cada vez más contados aficionados a la literatura, en cambio, difícilmente nos invade esa pulsión completista, salvo honrosas excepciones. Para un servidor, Vladimir Nabokov (1899-1977) es de esos autores que invitan el sentir completista por la sencilla razón que tiene pocos “competidores” cuando su prosa se envenena de un estilo que parece rimar a cada página. No extrañaría, pues, que Vladimir Nabokov cultivara la poesía al tiempo que el ejercicio en prosa le procuraba prestigio literario. No en vano, Pálido fuego (1962) se revela un arabesco de trescientas veinte páginas sostenidas sobre un imaginario de novela pero pergeñada con la métrica propia de un poemario. Para alguien que busque el puro placer de la escritura, Nabokov sin duda es una apuesta segura.
   Cierto que un servidor comulga con el propósito de enmienda de ir cubriendo todos los flancos de lectura que provee la suerte de la edición de un autor de la dimensión y de la relevancia de Vladimir Nabokov, pero existe un límite, una frontera que cada uno debe escoger dónde la sitúa. Más allá de esa frontera localizo El original de Laura (2010, Editorial Anagrama), una obra inacabada que el propio Nabokov ordenaría su destrucción una vez falleciera. Lo hizo en 1977, siendo su viuda Vera Nabokov la que velaría para que se preservara la decisión de Vladimir Nabokov. A la muerte de ésta, acaecida en 1991, Dimitri, el hijo de la pareja, después de dar vueltas sobre el asunto infinidad de veces decidió «desenterrar» El original de Laura, un manuscrito que había descansado treinta años en un depósito de un banco suizo, poniéndolo en conocimiento del editor jefe de McGraw-Hill. Nada más caer en sus manos, se activaría la maquinaria editorial, presentándolo a los ojos de los “nabokonianos” si se me permite la expresiónla considerada última novela escrita por el autor de origien ruso... pero a todas luces inconclusa. No es el primer ejemplo de tamaño “atrevimiento” editorial, actuando a espaldas de la voluntad del propio autor. Baste reparar en lo ocurrido con F. Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway y sus respectivas obras El último magnate y La isla del adiós. Por razones personales, si se quiere tomado como una forma de expresar el respeto que siento por la obra de Nabokov, decidí evitar la tentación de exumar ese “cadáver” literario de una pieza que remite de soslayo a la masterpiece del autor, Lolita (1955), a través del personaje de Flora. No ha sido el caso de su penúltima novela, Cosas transparentes, “cursada” a nivel editorial por primera vez en 1972 y que en el otoño de 2012 Anagrama ha lanzado al mercado en lengua castellana con traducción de Jordi Fibla. Este profesional se estrena dentro del catálogo de novelas y relatos traducidos de Navokov para Anagrama, el sello poseedor en exclusiva del fondo literario en lengua castellana del excelso escritor y entomólogo.     
   Cosas transparentes comprende un total de ciento cincuenta y cuatro páginas que rezuman el estilo característico de Navokov, inmaculado en su propuesta arbolada de figuras literarias con los adornos propios en francés y algún que otro timbre en italiano. El polo de atracción de Cosas transparentes queda cautivo de esa finura literaria que nos sorprende, nos descoloca porque, como bien señala Peter Aykroyd en la contraportada «Ha dominado todos los trucos técnicos de la novela y ha inventado unos cuantos más de cosecha propia». Nabokov fue un gigante a la hora de moldear el lenguaje y transformarlo en un arte imperecedero, derivándolo hacia lo lírico incluso cuando el personaje central de la historia Hugh Personse enfrenta a los miedos más recónditos de su ser al viajar hacia el pasado. Person regresa a Suiza para dar cuenta de un tiempo pretérito que ve desaparecer a sus pies, el espacio geográfico que serviría de refugio para el propio Nabokov, en compañía de su esposa Vera, a la que dedicaría (no sería la primera vez) una nouvelle. Transparent Things no sería la más bella ni inspirada de su autor, pero sí la última (en términos “absolutos”) elevada en forma de coda de una obra profunda y sensible, evocadora y majestuosa como pocas que puedan encontrarse dentro de la literatura universal.