domingo, 18 de noviembre de 2012

LACINIA, «GENERACIÓN DEL 67»: DÍAS DEL LEJANO PASADO


Por «imperativo» biológico, en el ecuador de nuestras vidas empezamos a tomar plena conciencia, a palpar que nuestra presencia en el planeta tierra tiene fecha de caducidad. Esos padres a los que adjudicamos la cualidad mitológica de la eternidad, empezamos a dudar si nos acompañaran hasta el fin de nuestros ciclos vitales. Nos llegan noticias de los fallecimientos de los progenitores de amigos de esa infancia que nos enseñaba el camino hacia la adolescencia. Sabemos, más que nunca, medir los tiempos en términos finitos y nos hace pensar que, a la conclusión del ciclo vital de cada uno de nosotros, queramos o no, la nostalgia nos embargará, llevándonos de la mano hacia la infancia que expide billetes hacia el destino que nos tiene reservado un futuro tan incierto como fascinante. Convertidos en hombres y mujeres de cuarenta y tantos años hacemos un alto en el camino, aliviamos el dolor de espalda al aparcar ni que fuera durante un suspiro la mochila que cada uno de nosotros llevamos y echamos la mirada hacia atrás. Una mirada que se pierde en la inmensidad mientras resuenan los ecos de nuestra querida infancia. Un haz luminoso invade la misma; sabemos distinguir con claridad los rostros de nuestros compañeros con los que compartíamos pupitre, juegos y deportes, excursiones y visitas culturales. Nos asalta, como una ráfaga, una línea de diálogo, una expresión, una jugada maestra o una viñeta cómica en ese «teatro de los sueños» contenido en una escuela que el recuerdo engrandece pero que la realidad la reduce al tamaño de una superficie más bien modesta. Allí se forjarían esas amistades que el tiempo jamás podrá borrar. Las conservamos en nuestra memoria como oro en paño, encofrada en lo más profundo de nuestro ser, aquel capaz de razonar sobre nuestra verdadera naturaleza. Quizás, solo quizás, en algún periodo de nuestras vidas negábamos o no reparamos en su existencia, pero tarde o temprano sale a la superficie para proyectarse en un primer plano cuando hacemos el ejercicio de reconocer que la semilla de todo lo que somos o quisimos ser se encuentra en esa infancia observada a través del filtro de la nostalgia y de la melancolía. Entonces, creamos esos bocetos de vida que muchos años más tarde adquiere las formas perfectamente definidas en esos lienzos recubiertos de colores intensos, pero asimismo de una paleta de grises en un rincón del cuadro que conforma cada una de nuestras existencias.
   Me alegré reconocer ese sábado del mes de octubre de 2012, en ese enclave privilegiado de la Costa Mediterránea, que Luis sigue siendo the entertainer; Agustí el perfecto relaciones públicas dotado de una descomunal humanidad y una sonrisa inquebrantable; Pedro destilando nobleza a raudales; Víctor haciendo de la discreción un sello inconfundible, o Jaume mostrando una franqueza conforme a un valor inviolable... Y Mª Àngels, Sergio (“uno de los nuestros”, aunque fuera un curso por debajo)... y todos los de la Generación del 67 de Lacinia que no estuvieron allí en el plano físico pero sí en nuestro recuerdo al rememorar pasajes que conservamos con arreglo a perpetuarse. Para ellos y los profesores (Alfonso, Eusebio, Josep, Andrés...) que velaron por la mejor educación posible, solo tengo palabras de gratitud y espero que esa amistad retomada no se pierda en una nube de disculpas en forma de «pasé página» y otras tantas frases hechas en el devenir de una vida que algún día cesará. Entonces si que habremos pasado página... definitivamente.