lunes, 24 de septiembre de 2012

«CANIS LUPUS» (1973) de DARRYL WAY’S WOLF: POLÍTICA DE CANTERA

En un solo año se dieron cita en el floreciente panorama del rock sinfónico o progresivo algunas de las joyas sobre las que se edificaría el prestigio de este subgénero a escala mundial: Tales from the Topographic Oceans de Yes, Tubular Bells de Mike Oldfield, Selling England By the Pound de Genesis, The Dark Side of the Moon de Pink Floyd y Camel de Camel. Pero, además de todos estos títulos que aún pueden encontrarse en las tiendas físicas dentro de la sección de series medias —como bien señala el batería Alan White en el documental sobre la Historia de Yes, Tales sigue reponiéndose constantemente en el catálogo de la veteranísima banda— y obviamente a disposición del internauta en las virtuales, cabría hacer referencia, ni que fuera a pie de página, de aquellos títulos ubicados en los meandros del rock prog. Entre éstos localizaríamos a Canis lupus (1973), una pequeña joya de la banda Darryl Way’s Wolf, objeto de culto y veneración por parte de coineuseurs y/o coleccionistas de rarezas de real abolengo. La pieza bautismal de esta formación de vida efímera —Saturation Point (1973) y Morning Day (1974) se consignarían dentro de su corta discografía— presenta el aliciente añadido de que cada uno de sus jóvenes componentes abandonarían el nido de Darryl Way’s Wolf en aras a establecerse en otras bandas o por solitario, derivando que sus respectivas categorías profesionales fueran loadas. Para esta obra esquinada en lo experimental, el productor Ian MacDonald —uno de los pilares de King Crimson, brazo derecho de su líder, Robert Fripp— trabajaría con Darryl Wolf —el impulsor del proyecto tras su salida de Curved Air—, John Etheridge (futuro miembro de Soft Machine, la banda que había rivalizado en sus inicios en el espacio de la psicodelia con los Pink Floyd), Dek Messecar (luego bajista y vocalista de Caravan, fiel exponente del «sonido Cambridge») e Ian Mosley (batería titular de Marillion desde la salida de Mick Pointer). Política de cantera, en verdad, que visto el potencial de su cuarteto, deja a las claras que Canis Lupus contiene elementos de notable interés, enraizando una tradición de música clásica con arrestos folk con una expresividad rockera filtrada por desarrollos propios del jazz, en una definición “orgánica” que encajaría en la fecunda discografía de King Crimson. La opera prima de Darryl Way’s Wolf es una obra asimétrica en su concepción estilística, que dirige sus “tentáculos” hacia los pronunciamientos cautivos de la embrionaria new age de los 70 en el tema “McDonald’s Lament” (¿un private joke en relación a su productor?), en que Darryl Way se exhibe en la ejecución de un violín armado para activar distintas teclas de la sensibilidad humana; milita en los formas de un rock prog contorsionado en la heterodoxia a imagen y semejanza de King Crimson, con un Mosley mostrando músculo con las baquetas, en “Cadenza”; desenvolviéndose en conceptos más reglados al amparo de un rock de desarrollos melódicos que exploran en las fluctuaciones vocales de Messecar en “Wolf”, o dando cuartel a un folklorismo que acaba penetrando en los intersticios de un rock que parlamenta con la oscuridad, con nuestro interior… allí donde el hombre es un lobo para el hombre. Tanto en su parte instrumental —la cara «A» efectos de LP— como la que se conjuga una parte vocal —la correspondiente a su cara «B» — este Canis Lupus muestra el tarro de las esencias de un tipo de música encaminada, en primera instancia, a satisfacer la pulsión creativa de este grupo de talentos reclutados por Darryl Way con la idea de que fuera el principio de un largo camino. La cosa no prosperaría pero cabe anotar en esas agendas que circulan en paralelo, la que nos recuerdan en listados clasificados por películas, discos o libros, la necesidad (que no urgencia) de encontrar algún día esas gemas en algún rincón de una vieja tienda de viejo o en esos mercadillos afincados en la vía pública durante las jornadas dominicales. Allí donde acuden en procesión un reguero de aficionados a la búsqueda y captura de un incunable. Sin duda, Canis Lupus se alinea entre estos discos —empleando terminología cercana a la suerte que pueda correr la especie que se muestra en portada y que da nombre (en latín) al título— en vías de extinción.

Enlace al tema McDonald's Lament del álbum Canis lupus en Youtube 

domingo, 16 de septiembre de 2012

«AUGUSTUS CARP» de Henry Howarth Bashford: LA RECUPERACIÓN DE UN CLÁSICO DEL HUMOR BRITÁNICO


Contaba con cuarenta y cuatro años cuando Henry Howarth Bashford (1880-1961) vio publicada su primera y la que sería, a la postre, su única novela humorística. Pero tuvo la “prudencia” de que su prestigio profesional ejerció de doctor a las órdenes del rey Jorge VI, además de ostentar el cargo de Asesor Médico del Tesoro de Su Majestad— no se viera mancillado merced a una vena literaria encarada hacia lo satírico. De ahí que optara por firmar bajo seudónimo, primero en su Inglaterra natal, y repitiendo idéntica disposición cuando su novela Augustus Carp (1924) se publicaría en los Estados Unidos. Transcurridos casi cuarenta años desde aquel bautizo editorial, a Bashford le sobrevino la muerte y con ello su anonimato oscureció para dar paso a un reconocimiento de su figura literaria. La curiosidad mórbida de Anthony Burgess propiciaría esta realidad tan ligada al oficio de escritor. Una tienda de viejo permitió al políglota novelista, ensayista y compositor británico ir al rescate de una edición de Augustus Carp, sepultada entre infinidad de libros. A partir de entonces, saldría a la luz el verdadero nombre del autor de este incunable, Henry Howarth Bashford, que Ático de los Libros, en una operación que entraña cierto riesgo, acaba de publicar por vez primera en lengua castellana, dando carta de naturaleza a una política de recuperación de textos inéditos preferentemente de ámbito anglosajón. Con el afán de rendir honores al verdadero descubridor de esta obra de cara a nuevas generaciones y, a la par, servir a la noble causa de la promoción, Ático de los Libros ha tenido la gentileza de bordar el nombre de Anthony Burgess en el margen inferior derecho de la portada, justo debajo de la frase que reza: «Una de las grandes novelas cómicas del siglo XX».
   A tenor de la sentencia que hizo suya el autor de La naranja mecánica, uno de los escritores con una mayor formación intelectual de los que tengo constancia, mi interés por Augustus Carp creció más allá de sus premisas argumentales. Al cabo, una vez leída la novela en cuestión, sorprende sobremanera que Bashford no hubiera seguido firme en su decisión de cultivar un género que cuenta con una legión de practicantes en el Reino Unido y que en los años de postguerra florecerían nombres de la importancia de P. D. Wodehouse, David Nobbs o Edmund Crispin, estos últimos recuperados por un sello so british como Impedimenta. Allí donde hubiera podido tener acomodo el nombre de Bashford, quien para Augustus Carp recupera ciertos modos y costumbres literarios de la novelística del siglo XVIII, tomando el modelo, por ejemplo, de Los viajes de Gulliver (1726). Al igual que en la novela de Jonathan Swift (1667-1745), en el encabezado de los capítulos de Augustus Carp se despachan en unas pocas líneas, de manera telegráfica, los acontecimientos que tienen lugar en la vida del protagonista. Lo contradictorio del personaje campa a sus anchas en un relato de vidriosa comicidad, al amparo de un sentido tragicómico por el que discurre cada una de las doscientas treinta páginas del presente volumen. Asimismo, la novelística del siglo XVII alcanza a esa intermitente interpelación que hace el autor a su público lector, buscando un amago de comprensión en esa alma objeto de mofa fruto de su alicaída figura. Pasajes de cierta hilaridad se combinan con un humor sutil, sibilino que, a veces, se cobra a cuenta de referirse a las Sagradas Escrituras: «El resto de la carta, de la cuál aún conservo copia, es quizá la denuncia más severa del carácter femenino que se haya escrito jamás, con la posible excepción de algunos pasajes del Apocalipsis (pág. 214)». En boca de un cristiano irreductible, este Augustus Carp, la frase muestra hasta qué punto lo irreverente iría ganando peso a medida que Bashford iba construyendo su relato.
    Para aquellos devotos de la literatura de calado humorístico británico, Augustus Carp deparará una velada de primera magnitud, dejando tras de sí el interrogante que hubiera sido de Bashford de haberse dedicado en cuerpo y alma a la gimnasia diaria de la escritura. Ciertamente, Augustus Carp hubiera sido el punto de arranque de una nueva vida profesional para Bashford pero prefirió tomar un camino acaso más seguro.  


domingo, 9 de septiembre de 2012

UN NUEVO PASO PARA LA REVOLUCIÓN GENÓMICA DEL SIGLO XXI: LOS MISTERIOS DE UN ADN SIN «DESCODIFICAR»


Han transcurrido casi sesenta años desde que la biología marcara un punto de inflexión en el campo de la genética al anunciarse un modelo tridimensional para la estructura del ADN, en forma de doble hélice. Uno de los primeros científicos en asistir in situ a este hito de la biología moderna fue Leslie Orgel, recién licenciado en Ciencias Químicas, la disciplina en la que se especializaría Francis Crick, codescubridor “oficial”, junto a James D. Watson, de la estructura helicoidal del Ácido Desoxirribonucleico. A partir de entonces, el interés de Orgel por conocer los mecanismos implicados en la evolución de la especie humana a través del conocimiento de la denominada molécula de la vida, encontraría uno de sus principales campos de trabajo. Cierto que sus conocimientos sobre química aportaron a Orgel una base sobre la que ampararse para ir desgranando aspectos que quedaban fuera del alcance de las teorías que aún se manejaban en aquellos tiempos. Pero decididamente el científico Orgel buscaba respuestas en una evaluación más amplia, implicando aspectos que comprometían a la filosofía y la historia. Solo así lograría armar un obra del alcance de The Origins of Life: Molecules and Nature Selection (1973), en que daba las claves para entender la necesidad de crear modelos sostenibles para ir trazando el mapa de la evolución de una molécula de la complejidad del ADN. Orgel sostuvo una teoría que no tardaría en ser aceptada como válida, que el ARN (Ácido Ribonucleico) precedió a la estructura del ADN debido a que su nivel de complejidad era inferior. Ya situados en la década de los años ochenta, Orgel y Crick colaborarían en los laboratorios de Cold Spring Harbor, siendo una de las líneas de estudio esa parte del ADN a la que no se le asignaba una función específica. Estudios, en todo caso, preliminares que participaban más de la intuición que de demostraciones empíricas capaces de arrojar luz sobre el denominado «ADN basura» o «ADN noncoding». Fallecidos en la década pasada ambos científicos, a buen seguro la noticia que ha saltado a la primera plana de la actualidad científica y de la que se han hecho los medios de comunicación generalistas, hubiera sido acogida con ciertas dosis de entusiasmo, pero al mismo tiempo de cautela. A lo largo de estos treinta últimos años, la revolución tecnológica ha servido para catalizar un proceso de secuenciación del genoma humano que tuvo en James D. Watson al director de un proyecto sumamente ambicioso, pero que acabaría tomándole la delantera el equipo liderado por Craig Venter, sin necesidad de recurrir a los fondos públicos dispuestos por parte del Gobierno Federal de los Estados Unidos. A raíz de haberse completado la secuenciación del genoma humano hace unos años, diversos proyectos han ido creciendo atendiendo a este nuevo hito de la biología molecular. Entre éstos se situaría el proyecto Encode (acrónimo del inglés ENcylopedia of DNA Elements), cuyo objetivo fijado ha sido investigar en la función del «ADN noncoding». Para ello se unirían una cuarentena de laboratorios de todo el mundo, siendo a principios de septiembre de este 2012 que se han publicado en revistas de la categoría de Nature algunos avances significativos, prestos a concluir que la importancia de esta parte del ADN confirma las sospechas sobre la misma. Los científicos versados en este campo estaban más que nunca a la expectativa tras la sorpresa que había deparado el hecho de saber que tan solo unos 22.000 genes se hallaban en el genoma humano, echando por tierra la teoría de la existencia de más de 100.000 genes. Con este revelador dato, cabía esperar una noticia que desmontara ciertos apriorismos y caminara sobre conceptos que reforzaran la idea de la gran complejidad que envuelve a los procesos biológicos a escala molecular. Así pues, ese «ADN basura» (en la que no participan genes que sinteticen proteínas) no es tal sino que presenta una laberíntica red de interruptores que dinamitan esos modelos simples que trataban de imponerse en los sinposiums o congresos científicos no hace demasiado tiempo atrás. Como bien señala Rogelio González Sarmiento de la Universidad de Salamanca, después de este hallazgo, «el siguiente gran paso será potenciar el estudio del genoma gracias a la Bioinformática». Sin duda, la fascinante historia de la genética desde los tiempos de Johaness Mendel hasta la actualidad, se cobran un nuevo capítulo con esta línea de investigación a seguir, en la que han intervenido de forma activa algunos de los laboratorios del estado español, muestra inequívoca de que el desarrollo científico debería ser una asignatura de obligado cumplimiento en el programa electoral de aquellos partidos con opciones de regir los destinos de nuestro país.     

domingo, 2 de septiembre de 2012

«THE COVE» (2009): TAIJI, CAPITAL DE LA MATANZA DE DELFINES


Las estimaciones más certeras que se conocen hoy en día es que nuestro planeta se sitúa en los cuarenta mil millones de existencia. Al cabo de su historia, 99,9% de especies se han extinguido por muy distintos factores. En este siglo XXI llevamos camino de batir una nueva “plusmarca”, dejando para el siglo venidero un nuevo balance negativo en la cuenta de resultados de especies que definitivamente se extinguirán del orbe mundial. Existen razones poderosas para creer, datos en mano, que algunas de las especies de cetáceos corren un serio peligro su supervivencia en los océanos, cuanto menos en la cantidad que se estima idónea para el equilibrio del ecosistema marino. Sin remontarse demasiado en el tiempo, en 2010 en el archipiélago de las Islas Feroe bajo el protectorado de Dinamarca, bañadas por las aguas del Atlántico Norte, se computaron según los cálculos barajados por la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA)— un total de 1.115 ballenas piloto o calderones asesinadas siguiendo un “ritual” de un salvajismo atroz en que el instinto más primitivo del ser humano sale a la superficie. Años a conocí esta lacerante realidad, a la que esa Unión Europea parece hacer caso omiso, a través de un documental proyectado en una suerte de ciclo auspiciado por el Museo de la Ciencia de La Caixa. Presto a seguir atento a esa realidad que se suele colar por las rendijas de la programación televisiva, tuve la oportunidad de contemplar The Cove (2009), un documental sobre tema ecológico que, a diferencia del que recuerdo referido a las Islas Feroe, se ampara en un tratamiento propio del thriller para que esa hora y media de metraje penetre con mayor intensidad si cabe en aquellos espectadores refractarios al tratamiento solemne del que hacen gala la mayoría de piezas integradas en este (sub)género cinematográfico. Ganador de un Oscar al Mejor Documental en 2010, sus impulsores creyeron firmemente en la capacidad de difusión de una obra de estas características para remover conciencias y, si se dan las condiciones adecuadas, variar las reglas del “juego”. Las reglas de un juego “macabro” que se cobran asesinatos de delfines por doquier en esa cala a la que alude el título del film, mientras un porcentaje de estos cetáceos son capturados y enviados, a modo de distribución radial, a numerosos puntos del planeta donde presenten dentro de sus respectivos zoológicos un espectáculo de delfines a modo de pasatiempo. Richard O’Barry lidera esta empresa titánica en pro de la defensa de los delfines con trazas de una inteligencia mucho mayor de lo que se había estimado en su momento, mostrándose ante las autoridades japonesas que tratan de ocultar al mundo sus vergüenzas con subterfugios, en una muestra más que los procesos de concienciación desde un conocimiento muy cercano se cobran respuestas de una contundencia absoluta, en que ya no parece haber marcha atrás. En el tramo final del metraje del documental para el que había sido adiestrador titular de la serie Mi amigo Flipper (1965-1966), provoca una inflexión en su voz cuando habla que «espero vivir lo suficiente para que esta situación cambie de una vez». Sus palabras arrastran un poso de pesar, impotencia y amargura cuando el color rojo tiñe las aguas de una cala en que los pesqueros se ensañan con esas criaturas marinas abandonadas a su suerte. El mismo O’Barry relata en el ecuador del documental que para la serie Flipper se utilizaban cinco hembras para el “personaje”. Una de ellas, "Cathy", se mostraba ufana cuando se reconocía en la pantalla televisor no así cuando aparecía en la misma otra de sus compañeras de “reparto” que el propio O’Barry había colocado al pie del muelle, extendiendo un largo cable que llegaba hasta el interior de su casa, convertida en uno de los escenarios de la popular serie. A finales de los años sesenta, por tanto, ya se tuvo la certeza de que los delfines son conscientes de su propia identidad. Por ejemplo, se reconocen frente al espejo. Difícilmente, empero, los que atentaban contra la vida de esos cetáceos en la “cala”, tengan la capacidad de mirarse al espejo y reconocerse dentro de una especie a la que sobreentiende el sentido del raciocinio. Ojalá existieran más documentales de las características de The Cove para hacer sonrojar y, lo que es más importante, recapacitar a los responsables de esas barbaries. Gracias, Richard, Louis (Psihoyossu director, asimismo presente ante las cámaras para ofrecer su testimonio sobre los hechos narrados, Paul (Watson) y Charles (Hambleton), entre otros. La fe mueve montañas y derriba barreras infranqueables, incluso en los intersticios de ese vasto país, Japón, donde convive una sociedad hipertecnificada con un concepto tradicionalista que ampara prácticas dispuestas para erigirse en una vergüenza nacional, pero que su población y sus dirigentes desconocen y/o toleran por distintos motivos, algunos ciertamente espúreos. 

Para los interesados, enlace para ver el documental completo de The Cove (2009) en Youtube  (Aviso: en versión en francés)

http://www.youtube.com/watch?v=yN-m-lPfMuU