domingo, 24 de junio de 2012

SHIRLEY ARDELL MASON (1923-1998), CASO ABIERTO


A finales del año pasado apareció en las librerías reales y las virtuales a través de la plataforma Kindle— el ensayo Sybil Exposed (2011) de Debbie Nathan. El personaje de Sybil/Shirley Ardell Mason (1923-1998) me había intrigado desde que tuve conocimiento hace relativamente poco tiempo de la existencia de Sybil (1976) y Sybil (2007), sendas producciones televisivas basadas en idéntico texto novelado escrito por Flora Rheta Schreiber y publicado en 1974. Del primero, a buen seguro me hubiera acordado de haberla visto dado que Sally Field interpreta a una joven que cree poseer una multiplicidad de personalidades. Por su parte, Sybil (2007), una producción televisiva con un conglomerado de países que intervinieron en su financiación, pertenece a ese cuerpo de tvmovies o películas de bajo presupuesto participadas por Jessica Lange en la primera década del siglo XXI que han pasado de puntillas de manera harto injusta, ya sea por las salas de cine o en el mercado del formato digital (Nación Prozac, Normal, Grey Gardens, El viaje de nuestra vida) a los ojos de los aficionados al cine y de la rubia actriz en particular. Lange, quien se había dado a conocer para el gran público en un remake de King Kong (1933)— prácticamente a la par que Sally Field con su performance de Sybil en la tvmovie dirigida por el canadiense Daniel Petrie, debió haberle llegado por distintos canales información sobre Shirley Mason. No en vano, ambas nacieron en el estado de Minnesotta, aunque pertenecen o pertenecieron a generaciones distintas. Hace un lustro, difícilmente a Lange le hubieran ofrecido el papel de Sybil; se “conformaría”, sin embargo, con dar vida a la doctora Cornelia Wilbur (1908-1992), la psiquiatra cuya labor se puso en tela de juicio, sobre todo a raíz de la publicación del texto de Schreiber.
   Autora de un ensayo referencial dentro de la psiquiatría moderna, Homoesexuality: A Psychoanalitic Study of Male Homosexuals, Wilbur, no obstante ganaría relieve en especial  a su trabajo desarrollado en torno a Shirley Mason, llegando a la conclusión tras once años de aplicación de un exhaustivo programa de investigación psiquiátrica que ésta padecía Desorden de la Personalidad Múltiple. Schreiber recogería el testimonio de todo este trabajo para plasmarlo en un libro que nacería con la controversia bajo el brazo. La producción televisiva manufacturada por Petrie no fue más que una "soflama", colocando en el ojo del huracán a Wilbur de las sospechas de manipular la realidad, siendo Rheta Schreiber su “cómplice” en esta manera de proceder que arrojaba numerosas dudas. Según lo que constaba en los informes de la psiquiatra, Sybil presentaba un total de dieciséis personalidades.
    Fallecida Wilbur en la primavera de 1992, su colega Debbie Nathan tomaría el testigo del interés sobre el personaje de Sybil cierto consenso se daría sobre la infancia de ésta condicionada por maltratos por parte paterna, tratando de reconstruir las distintas piezas que conforman el puzzle gigante de la oriunda de Minnesotta. Gran cantidad de correspondencia, de informes cruzados entre psiquiatras (algunos se opusieron frontalmente a las tesis sostenidas por la doctora Wilbur) y de entrevistas cercanas al entorno de la mujer sometida durante años a tratamientos terapéuticos, derivarían en la confección de un ensayo, Sybil Exposed, que invita a replantearnos todo aquello concerniente a la dama en cuestión. En cierta forma, Nathan abre la puerta a la posibilidad de que Wilbur y Sybil hubieran llegado a “beneficiarse” de la situación, fabulando sobre una realidad que, según los más críticos con los informes presentados en su momento, nunca existió. Sea como fuere, sabiéndose que el asunto la estaba desbordando, a finales de los años setenta Wilbur buscaría la colaboración de Billy Milligan sin relación alguna con el legendario jugador de béisbol, el primer hombre en acogerse para su defensa a su condición de víctima de una disfunción múltiple de la personalidad. Daniel Keyes, el autor del clásico Flores para Algernon (1963) la historia de un retrasado mental que, mediante unos ensayos clínicos, va procesando cada vez una inteligencia mayor, realizaría un “trabajo de campo” con el convicto que, al cabo, se tradujo en la publicación de The Minds of Billy Milligan y otro ensayo más, The Milligan Wars. De facto, el individuo al que se le calcula un total de catorce personalidades que fue colocado en el “microscopio” de Mr. Keyes, me sugiere un film dirigido por David Fincher y guionizado por su “socio” Aaron Sorkin. Una opción, se me antoja más atractiva que un hipotético remake de La reencarnación de Peter Proud (1975) un proyecto que llevan tiempo acariciando, la adaptación de la novela de Max Ehrlich que contribuiría al repunte del interés de la industria audiovisual estadounidense por temas cautivos de la psiquiatría en su derivación de los desajustes de una personalidad que se multiplica hasta crear unidades con capacidad de “autogestionarse”.      
               

jueves, 7 de junio de 2012

DIEZ AÑOS DESPUÉS: RECORDANDO A JOHN FRANKENHEIMER (1930-2012)


El próximo 6 de julio se cumplen diez años del fallecimiento de John Frankenheimer (1930-2012), uno de mis cineastas predilectos por muy distintas razones. Creo recordar que mi primer acercamiento al cine de Frankenheimer en una sala oscura (había visto con anterioridad algunos de sus títulos por la pequeña pantalla, seguramente El tren y El hombre de Alcatraz), al menos hasta donde mi memoria alcanza, fue con una proyección en filmoteca de Los temerarios del aire (1969). Burt Lancaster, Scott Wilson, Gene Hackman, Deborah Kerr... un reparto mayúsculo. Se trata de un film en que me vuelven una y otra vez sus imágenes, a modo de flashes: ese arranque con un plano aéreo en que la cámara sigue la trayectoria, al compás de la música de Elmer Bernstein, de un automóvil con remolque en el que se desplazan tres paracaidistas; la escena nocturna en que Deborah Kerr y Lancaster se hablan con la mirada para luego abrazar sus corazones dolientes; el suicidio del veterano paracaidista, y ese final en que se juega al contrapunto, el del pesar por la pérdida de un compañero y amigo que se adivina en el rostro del personaje encarnado por Hackman, “enfrentado” a los fuegos artificiales para celebrar el 4 de julio.
   Estos días, con motivo de la conferencia que daré sobre John Frankenheimer y la «Generación de la televisión» en el CICA de Gijón en esa feliz iniciativa del equipo capitaneado por Víctor Guillot con la estrecha colaboración de Adrián Sánchez, entre otros— el 8 de julio, en el marco de un ciclo de cariz “transversal” sobre dicha generación he ido refrescando películas, monografías y documentación que guardo celosamente sobre el cineasta neoyorquino desde hace un montón de años. Entre ésta me topo over and over, en forma de mantra, con escritos en que se tenía y sigue teniendo la idea interiorizada por mucha parte de la crítica que Frankenheimer concluyó su mejor cosecha en los años sesenta. Luego, su prestancia profesional declinaría. Cierto que sus trabajos en aquella década marcarían la pauta de encontrarse ante una auténtica figura de la escena cinematográfica, en justa correspondencia con todo ese background acumulado durante su etapa de fogueo en la «Golden Age of Television». Pero en ese marco de "desubicación" que comportaría para muchos directores veteranos la década de los setenta, en que los moteros tranquilos y los toros salvajes se habían instalado para quedarse, Frankenheimer trataba de congeniar las art movies con un cine de “evasión” pero que llevara incorporado un discurso crítico como el que muestra, por ejemplo, Domingo negro (1977). La revisión de esta adaptación de la novela de Thomas Harris sorprenderá a más de uno por su carácter profético en torno a esa "visualización" del terrorismo de los albores del siglo XXI.
    Impresionado por el impacto que me causó Los temerarios del aire (muy libre, vamos, inventada traducción del original The Gypsy Moths), cada vez que se anunciaba el estreno de un film dirigido por Frankenheimer acudía al mismo, en un “ritual” que duraría hasta Ronin (1998), el film que le devolvería un merecido prestigio crítico un tanto enterrado. Cuando la propuesta no acababa por estimularme lo suficiente (52, vive o muere, por citar un título), me dejaba llevar por ese virtuosismo técnico, a golpe de master shots, inclinaciones de cámara (un guiño a su admirado Carol Reed) o demás recursos, del que hacía gala Frankenheimer y del que compañeros de oficio le alababan. El propio Frankenheimer comentaba la anécdota, reproducida en el libro-conversación de Charles Champlin para el Director Guilds of America (Riverwood Press, 1995), de la ocasión de haber conocido a David Lean a través de William Wyler. Éste último le dijo: «te voy a presentar a alguien que te admira mucho. Considera que eres uno de los mejores directores en colocar la cámara». Y de inmediato entró por la puerta David Lean. Un momento, sin duda, imborrable para Frankenheimer, quien vistas las complicaciones existentes en un espacio cinematográfico en permanente transformación, cada vez más tendente a la infantilización de sus contenidos, buscaría amparo en la televisión. Su rosario de producciones para el medio atiende a un nivel fuera lo común: The Burning Season (1994) sobre la figura del activista ecologista Chico Mendes (Raúl Julia), Against the Wall (1994) proverbial magisterio de dirección con un equipo artístico a su disposición que lo evaluaba entre los mejores de toda su andadura profesional, George Wallace (1997), Camino a la guerra (2002)... Sin conocer esta parte de su obra y prestar ni tan siquiera una mínima atención a la ingente producción televisiva librada en sus años de los Dramáticos en directo estilo You’re There, Playhouse 90, Danger, Studio One... definitivamente tendremos una visión muy parcial de su cometido profesional. Aficionado a los coches deportivos, con un conocimiento enciclopédico del cine, lector voraz, un punto presuntuoso y dotado de un ojo primoroso para emplazar la cámara, John Frankenheimer fallecería un par de días después de haberse celebrado el Día de la Independencia de los Estados Unidos en 2002, más señalado que nunca aún reciente los atentados a las Torres Gemelas. Lo haría en la mesa del quirófano para tratar de corregir esos dolores de columna vertebral generados durante sus años de combate en los espacios dramáticos en directo. De semejante mal, producto de la acumulación de una enorme tensión, se resentirían igualmente Franklin J. Schaffner, Ralph Nelson o Robert Mulligan, todos ellos miembros de la denominada «Generación de la televisión» cuyas películas se pasean estos días en el CICA de Gijón. Allí donde asomará este viernes El mensajero del miedo (1962), para luego ofrecer una conferencia que tiene un explícito sentido de tributo hacia una personalidad cinematográfica de altos vuelos en el contexto de la segunda mitad del siglo XX.   


Enlace a una de mis secuencias favoritas de Los temerarios del aire (1969) en Youtube

domingo, 3 de junio de 2012

LA PROFECÍA DE CASANDRA: EL CABALLO DE TROYA... «PATROCINADO» POR BANKIA

Su presencia no desentonaría en un peplum, ataviado con una túnica y dejando que su media melena, su barba desprovista de bigote y su estatura menuda le situaran al fondo del plano departiendo con otros sabios de la época en el Ágora. Me refiero a Santiago Niño Becerra, que en tiempos remotos había sido Casandra antes de reencarnarse en un profesor de Estructura Económica de Barcelona. Esa Casandra que predijo la catástrofe que se cernía sobre Troya pero nadie pareció creerle entre los situados en los aledaños o en las cúpulas de poder. Su alter ego del siglo XXI hizo lo propio advirtiendo del serio peligro que corría un estado, el español, que se desmorona por la base, la de su economía. Muchos políticos guiados por esos consejeros que parecen marcarles los tiempos como si manejaran a párvulos, recomendaron que se abstuvieran de las lecturas de las profecías convenientemente encuadernadas en que luce el nombre de Santiago Niño Becerra en sus respectivas portadas. El profesor catalán, que no tributa en partido algo, seguía sin apearse del burro en sus predicciones catastrofistas y, a golpe de acertar, una legión de ciudadanos empezaron a prestarle atención. La clase política, en cambio, seguía negándole el pan y la sal, incluso cuando dijo que toda la porquería de los bancos en forma de bonos basura, participaciones en sociedades del sector inmobiliario en quiebra, hipotecas subprime y un largo etcétera, debía aflorar si no querían que se produjera un colapso a nivel del estado. ¿Qué iba a decir el PSOE si en 2010 el presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, a la sazón Secretario General del partido, sacaba pecho en un foro económico de los Estados Unidos cuando soltó la frase que «posiblemente España tenga el mejor sistema financiero (una pausa) del mundo»? Posiblemente, claro. Solo las frases “célebres” de ZP valdrían para dar salida a un opúsculo o un librito con prólogo de Miguel Barroso, su “sabio” consejero. ¿Y que iba a decir el PP cuando Mariano Rajoy se enfundaba el traje de salvador de la patria en los comicios electorales de 2011? Vender humo entre una parroquia adscrita a la izquierda o al centro que compraba la idea de que toda la culpa la tenía la ineptitud de ZP y su equipo, y que con ellos se había tocado fondo, sonaba a maniobra que solo daría réditos a corto, muy corto plazo. Al cabo de tan solo unos meses, cualquier parecido con la realidad electoral es pura coincidencia. Mientras Rajoy, atrincherado debajo de la mesa de su despacho, grita a sus subordinados más directos —léase Luis De Guindos, Cristóbal Montoro y Soraya Sáenz de Santamaría— «¡Al fuego, bomberos!» observa de soslayo desde el amplio ventanal de la Calle Génova como esa Troya llamada España se prende en llamas una vez encajada la pieza que faltaba del puzzle gigantesco. Una pieza en forma de oso, logotipo de Bankia. El caballo de Troya. Ya advertía Becerra de lo nocivo de la presencia de Rodrigo Rato (el que hubiera sido el reemplazo natural de José Mª Aznar, una vez cumplido su segundo mandato al frente del gobierno, de no haber mediado la figura de Rajoy) presidiendo un conglomerado bancario que desprendía un tufillo político… que llegaba hasta la calle Génova a través de las cloacas dispuestas a lo largo de su recorrido. Rato ejercía, pues, el papel de Paris en esta tragedia griega en que Helena pasaría por adoptar el rostro de Esperanza Aguirre. Como en su tiempo la presencia de Helena y Paris en Troya despertó las sospechas de Casandra, al punto que dio pie a una fatídica predicción que más tarde adquiriría visos de profecía cumplida cuando los aqueos penetraron en la ciudad griega situándose en el interior del gigantesco caballo de madera, en 2012 otra profecía cobra visos de realidad cuando Bankia debe ser rescatado… por un montante de 23.000 millones de €. Saco la calculadora y me sale una barbadirdad de dígitos cuando lo multiplico por 166,386 de las antiguas Ptas. Eso sí, el nuevo presidente de Bankia, José Ignacio Goirrigolzarri, queda contento con ello. Feliz él mientras la inmensa mayoría de los mortales con dos dedos de frente de este bendito país empezamos a pensar o creernos que las profecías catastrofistas no vienen solas. Algunos se consuelan pensando que mañana saldrá el sol (por Antequera), otros seguimos aferrándonos a una luz de esperanza (el optimismo mueve montañas) y/o unos cuantos ven el futuro fuera de nuestras fronteras. En estos casos, lo bueno de este país es que tiene salida por mar casi en todas direcciones y ahora que llega el tiempo "estable" —salvo alguna tormenta de verano— y el cielo se libera de nubes el viaje rumbo a lo desconocido puede resultar más placentero. Luego, la divina fortuna proveerá a unos y otros. Para otoño, el rescate europeo, a la griega o a la portuguesa. Entretanto, a distraernos con la Eurocopa y las Olimpiadas, y a coger un poco de color en la cara porque a partir de septiembre se nos quedará pálida cuando se presente el espectro de Rajoy ante el televisor anunciando la enésima cosa que no quería anunciar… pero que eso y lo contrario, para el caso, lo mismo. O sea, rescate habemus. ¿El montante final? Nada, a sacar la calculadora de 12 digitos. Quién sabe...