sábado, 26 de mayo de 2012

TORREDEMBARRA CON NEIL YOUNG: III RUST FEST LA PLAYA

Pocas fechas antes de publicarse —en noviembre de 2009— mi libro Neil Young: una leyenda desconocida (2009, T&B Editores) llevaba meses acumulados escuchando a diario al genio canadiense, a la par que visitaba fondo bibliográfico en torno a su biografía y su actividad artística. Necesitaba descansar, distanciarme de su música para, al cabo, volver a motivarme sus escuchas, seguir despertándome el mismo interés que me había llevado a escribir la monografía. Creo que esa actitud la hubiera aprobado Neil Young. Me di cuenta que mientras me sumergía en el conocimiento del personaje y de su obra, tenemos personalidades muy similares: podemos obsesionarnos con un determinado trabajo y luego pasamos al siguiente, sin importarnos un bledo la trascendencia o la repercusión que aquello pueda representar. Ese permanente empezar de cero. Solo así se entiende que Neil Young nunca se canse de lo que hace; continuamente su cabeza está imaginando nuevos proyectos para acabar plasmándolos. Nunca le he escuchado en declaraciones escritas, radiadas (las menos) o televisadas jactarse de uno solo de sus muchos logros. Me encanta esta mentalidad y por eso, a diferencia de la plana mayor de sus compañeros de profesión pertenecientes a su generación, no puedes decir que solo el pasado explica su grandeza. Su grandeza es como una llama incandescente, que no se agota.
A lo largo de este par de años y medio entiendo que algunos de los rusties (término con el que, en la jerga musical, se conoce a los fans de Neil Young) se hayan sentido algo decepcionados conmigo al no participar de una manera más activa en las propuestas, en la difusión, al cabo, del legado del «tío» Neil en distintos foros, preferentemente de Internet. Pero de la misma manera que estas ausencias responden a una mentalidad neilyoungera (antes un servidor ya lo era; no es que la inmersión a su vida y obra me hubiera "reconvertido" a la "causa", que conste) por excelencia, regreso sobre esos espacios que me provocaron tanto placer y bienestar de la mano de una música que me acompañará para siempre. Buscaba un motivo para ese retorno al «universo Neil Young» y no puede ser mejor que en compañía de los rusties de este bendito país, consagrados algunos de ellos desde hace semanas, sino meses, a la celebración los días 6 y 7 de julio del III Rust Festival, en la localidad de Torredembarra, un precioso enclave de la costa tarraconense. Para los interesados, todos los datos sobre el evento se localizan en una página web (Ir a enlace) creada para la ocasión por Pepe Vaquero, Ángeles Gutiérrez, Cristina Costales y David Funes. Si lo hacen aplicando una milésima parte del amor que profesan por el multidisciplinar artista canadiense, el éxito está asegurado. Allí, sin duda, se darán cita los Crazy Ponys en un concierto que activará, a buen seguro, el capítulo nostálgico-emotivo, y la nómina de rusties inscritos a ese excepcional blog (En la playa de Neil Young) con Antonio Casado y el gran Daniel Ruiz, entre otros colaboradores. Espero compartir con todos ellos un par de días inolvidables en el verano de 2012. Cuarenta años después de esa cosecha del 72 y veinte de esa cosecha lunar del 92. El tiempo pasa pero la música de ese río caudaloso llamado Neil Young y sus múltiples afluentes (entre otros, Crazy Horse, Buffalo Springfield, Crosby, Stills, Nash & Young o Booker T. James, uno de cuyos miembros, Donald «Duck» Dunn conocí, a través del blog de la playa,  la noticia de su muerte) sigue viva, luminosa, en constante movimiento. Entre canción y canción, intentaré ponerme al día de la actualidad relativa a la obra de Neil. Quizás para entonces ya habremos escuchado el nuevo —el enésimo— disco del «tío» Neil, Americana (2012) con versiones de lo más variopintas, entre las que destaca God Save the Queen. Para este esperado comeback con la "tribu" de los Crazy Horse, podríamos complacernos proclamando «God Save the King»... el único e indivisible: Percival Neil Young, en arte (mucho arte), Neil Young.





jueves, 24 de mayo de 2012

LOS AMIGOS “PERDIDOS”: PROTAGONISTAS DE UNA FICCIÓN LITERARIA, AUSENCIAS DE LA VIDA REAL


Al arrancar la última hoja del calendario solemos repasar nuestras agendas en papel o virtuales para actualizar las mismas. La mente humana está diseñada conforme al funcionamiento orgánico de una empresa: activamos el “alta” de amigos y a otros los damos de “baja”. Causa de “despido”: absentismo en nuestras relaciones, falta de "productividad", incompatibilidad “laboral”... En esas agendas virtuales se nos advierte, casi como un último aliento, recapacitar sobre nuestra decisión: «¿está seguro que desea borrarlo?». Vacilamos unos instantes, postergamos la decisión unas horas, quizás unos días y, a la postre, decidimos en un sentido u otro. Cuando la respuesta es afirmativa, esos “amigos” se integran en el "disco duro" de esa segunda memoria de nuestro "ordenador", que por muchos resets que hagas sigue permaneciendo allí, oculta, insondable, agazapada en nuestro interior. Esas personas forman parte de nuestras vidas pero queremos olvidarlas, ignorarlas, aparcarlas... En la naturaleza del ser humano funciona ese sentido “transaccional” de la vida. Ofrecemos una amistad para recibir algo a cambio. Cuando ese algo se reduce al simple afecto o la idea de compartir la experiencia de vivir sin más, esa amistad empieza a cotizar a la baja hasta que sus acciones tienen un valor nominal próximo al cero... infinito. En un tarde nublada, en la entrada del otoño o en el frío invernal nos sobreviene el recuerdo de esos amigos “perdidos”; espectros del pasado que parecen llamar a nuestra puerta interrogándose del porqué se puso distancia de por medio. Los puentes ya no existen. En nuestro cuadro mental aparece un paisaje en neblina y una silueta fantasmagórica.
   Más veces de lo que hubiera podido imaginar me sobreviene el recuerdo de esos amigos “perdidos”. Trato que aflore un pensamiento común: espero que les vaya bien. Todos conocemos cuál será nuestro destino, pero no lo que la vida nos puede deparar por el camino. Cada uno de nosotros tiene memorizados algunos números imborrables. Al cabo, hacemos una enmienda a rescatar de nuestro "disco duro" algunos de esos números con la invitación expresa a pensar que entre éstos se encontrará el de algún amigo “perdido”. Volvemos a grabarlo en nuestro móvil o apuntarlo en el margen de un papel emborronado. Tenemos la tentación de llamarlo pero por temor a no violar su intimidad, a abrir una puerta que permanecía cerrada a cal y canto, ofrecemos otro acto de cobardía humana. Algunos lo llaman eufemísticamente prudencia. Simplemente, desearíamos saber si les van bien las cosas, alguna pregunta banal que otra, sin otro propósito que fuera más allá de lo estrictamente pertinente. Pero ese acto escapa a nuestro modus operandi y volvemos a mirar al frente, retirando de la memoria ese eco del pasado que, al caer la noche, suena tenue, lejano hasta desaparecer... y volver a reflotar en nuestro océano vital.
   Para los que nos solemos dedicar al oficio de escribir la memoria deviene nuestra principal herramienta. Necesitamos de esa memoria para bucear en ella, tratando de conectar, de levantar de nuevo puentes entre esas dos partes compartimentadas de nuestro “disco duro”. La una funciona en una primera línea; la otra se encuentra en una zona “abisal” de nuestro pensamiento. Allí donde cohabitan los amigos “perdidos”, de los que echamos mano para alguna ficción literaria. En una nueva muestra más de la paradoja en la que se ve envuelto el ser humano, no me desmentirán muchos de los que se dedican al noble arte de escribir independientemente de si ello conlleva un cariz profesional o amateur— que, en el cómputo global, la presencia de esos fantasmas del pasado se encuentran más presentes de lo que hubiéramos podido presumir al iniciar nuestros relatos. Es, por tanto, en la ficción literaria a esos “amigos perdidos” que les insuflamos vida, les otorgamos un protagonismo que no tiene asidero en nuestras realidades cotidianas. La explicación plausible de todo ello es que las obras de ficción se escriben primero en la mente antes de ser plasmadas en el papel o en el ordenador. Y es en el fondo, en lo más recóndito de esa mente donde se localizan esos amigos "eliminados" al renovar nuestras agendas anuales. Quizás esa sea una manera de vengar semejante “olvido”.      

domingo, 20 de mayo de 2012

LOOKING FOR OLIVER STONE

A cuenta del boxoffice (Seizure computa entre las operas primas privativas de una distribución comercial regular en cualquiera de sus formatos posible), La mano (1981) se corresponde con el debut en la dirección de largometrajes de Oliver Stone (1946, Nueva York) . La historia parte de la novela The Lizard’s TailLa cola de la iguana») de Marc Brandell que hubiera tenido todas las prerrogativas para que su desarrollo argumental —la de un dibujante de cómics que, debido a un accidente, pierde su mano, y acaba convirtiéndose en un asesino cuando se le trasplanta su miembro amputado— lo hubiera suscrito Stephen King. No es el caso, empero, de JKF, caso abierto (1991), de la que poco debió servir su revisión por parte de King a la hora de afianzar la propuesta argumental de su última novela, 23/XI/1963 (2012) en que, a través del ardid de los viajes en el tiempo, razona en contra de la teoría conspiratoria en torno al asesinato de John F. Kennedy, al que se agarra con uñas y dientes el film dirigido por Stone. Más bien, el razonamiento de King se muestra en sentido opuesto, llegando a la conclusión de que Lee Harvey Oswald actuó solo, y que su posterior asesinato a manos de Jack Ruby desataría el tarro de las esencias conspiranoicas, desechando la versión oficial amparada por el Informe Warren. Hace tiempo que no visito la literatura de King pero la novela en cuestión puede llevarme nuevamente sobre su obra. Un tema éste, el de imbricar los saltos en el tiempo con el futuro que aguarda a un político proyectado a ocupar plaza en la Casa Blanca o instalado en la misma, no resulta novedosa en la literatura del escritor de Maine y que emparenta, en cierta medida, 23/XI/1963 con La zona muerta (1979) y desde un prisma más vinculado al retrato sociológico de una época, la segunda de las piezas que se integran dentro de la colección Corazones en Atlantis (1999).
El planteamiento de la novela de King de reciente publicación en nuestro país —en Plaza & Janés— propicia que un individuo en la actualidad del siglo XXI realice un salto temporal que lo sitúe en la América de finales de los años cincuenta, a un lustro vista de sustanciarse la muerte de John F. Kennedy en Dallas. El individuo hace las veces de narrador, siguiendo el desarrollo de la vida cotidiana de Lee Harvey Oswald, quien pasó una temporada en Cuba llamado por esa fiebre revolucionaria promulgada por el castrismo y por Che Guevara. Interpreto que para King esa estancia de Oswald en la isla caribeña ni el posterior episodio de la invasión de Bahía Cochinos no sirvió a la causa de un entramado de intereses que acabaran por aliarse para atentar contra JKF. Oliver Stone, en cambio, crearía esos espacios en su película dispuestos a alimentar la teoría del magnicidio. El hecho de que el mayor de los Kennedy abortara, a última hora, el plan de invasión de Bahía Cochinos durante los días de la "crisis de los misiles", Stone lo interpretaría como un factor determinante para que ciertos lobbies de la sociedad estadounidense vieran con buenos “ojos” un hipotético asesinato del máximo dirigente de la Casa Blanca. Al cabo, esa visión que colocaba en el punto de mira a sectores republicanos en su derivación extremista de lo que hoy colegimos como tea party, pareció merecer la aprobación de Fidel Castro, quien merced a ese giro al inferno que adoptaría la singladura profesional de Stone, pasaba a formar parte de material susceptible de rodar. A ello se consagraría Stone, al ejercicio de tributo a la figura de Fidel Castro en el diptico Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004). Castro colaría unas cuantas mentiras de estado por la escuadra a un Oliver Stone, al que por ejemplo, el tema de los terroristas de ETA acogidos por el gobierno cubano le debía sonar a música celestial en forma de grupos revolucionarios. Julio Antonio Alfonso Fonseca, el alto funcionario del Partido Comunista Cubano (PCC) que tuteló a la comunidad de etarras en suelo caribeño por espacio de quince años, coloca en el disparadero a Fidel Castro a través de las declaraciones que se puede leer en la edición digital de El país (http://www.elpais.com/). Una más de tantas falsedades que adornan al personaje, a propósito de esa comunidad de miserables etarras residentes en Cuba bajo protectorado de su gobierno. Cuando vi Comandante y Looking for Fidel no pude dar crédito al porqué Stone se había prestado a las reglas impuestas por Fidel Castro, en otro más de sus mecanismos de propaganda que ya pocos compran. Con todo, sigo creyendo que Oliver Stone dio lo mejor de sí en esa franja temporal que cubre desde la primera mitad de la década de los ochenta hasta mediados los noventa, esto es, los que delimitan Salvador (1985) y Nixon (1995). Puestos a escoger, entre mis favoritas sigue figurando Hablando con la muerte  (1988) y The Doors (1991), esa otra iguana (así se autodenominaba el vocalista Jim Morrison cuando su parte mística le superaba por todas partes) a costa del legendario grupo de los sesenta que alimentaría un prestigio que él mismo se encargaría de ir sepultando a marchas forzadas. Ni siquiera el recurso de aferrarse a prologar un éxito de antaño, Wall Street (1987), ha servido a Stone para congraciarse con esa parroquía que asistía con entusiasmo a dar su bendición en taquilla en esos años de lucidez fílmica en los que aún no asomaban "iluminados" de la política con pedigrí de dictadores.  

sábado, 12 de mayo de 2012

DE MISS SINAOLA O MISS CÁRTEL: FALSAS APARIENCIAS TELEVISIVAS


Tildado por un ejército de detractores (localizados sobre todo entre la clase política) de agorero, de apocalíptico de pacotilla y un sinfín de descalificaciones, el profesor Santiago Niño Becerra ha vuelto a clavar sus predicciones al calor de la realidad financiera de algunos de nuestros bancos, a cuyo rescate ha tenido que acudir el gobierno de turno en forma de financiación con dinero, al fin y al cabo, público. Ya lo hizo en sus estimaciones sobre el crecimiento del paro y del efecto inocuo de una reforma del mercado laboral perpetrada por el PP, el partido en el gobierno. Igualmente, en la realidad de nuestros días podemos ir constatando que el panorama que se dibuja en un futuro sino inmediato, cercano, se corresponde con la proyección que hace Niño Becerra del crecimiento de sectores dedicados al ocio acomodados a colocar "paneles" que impidan ver a trasluz la situación de la vida cotidiana en que se va marcando una falla más evidente entre clases ricas y pobres. Corporaciones consagradas al ocio dispuestas a crear espejismos; el cine en particular en tiempos de crisis se cobra un auge de las producciones de superhéroes para mantener distraída a la clientela, elevando a los altares a figuras salvadoras de las amenazas a las que se ve sometida la población de una determinada zona o ciudad, país o continente. Y ya se sabe cuando crece un gran "árbol" en taquilla Los vengadores (2012), dicho sea de paso, basado en uno de mis cómics favoritos de la adolescencia, su alargada sombra procura poco espacio para que broten otros.
   La antítesis de esa enésima entrega de la factoría Marvel se corresponde con Miss Bala (2011), una producción que viene al pelo hasta qué punto esa ventana a la realidad que representa la televisión y, en particular, sus telediarios, distorsiona la verdad de los hechos. Dudo que fuéramos pocos los que en su día en vísperas de la Navidad de hace tres años— no diéramos crédito al contabilizar a Miss Sinaloa’08 Laura Elena Zúñiga— entre los “trofeos” exhibidos por la policía azteca, todos ellos a priori pertenecientes al Cártel de Juárez, uno de los más peligrosos que siguen operando en México. Por el contrario, muchos debieron validar la información en el sentido de resolver una sencilla ecuación en que interviene el factor del poder y su alianza con otro elemento indispensable en el condimento de esa realidad lacerante enquistada en el contiene norteamericano: el narcotráfico. Por ello, al interés que despierta una cinematografía en alza, de la que han surgido algunas de las voces más interesantes en el panorama audiovisual actual –Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu, etc., se redoblaría para un servidor en el caso de Miss Bala por conocer el detalle de esa verdad cercenada, manipulada y definitivamente quebrada en la pequeña pantalla. Amparada en un concepto de docudrama y en el manejo del plano-secuencia, el director y coguionista Gerardo Naranjo descubre a aquellos no familiarizados con la realidad de su país una mirada que irradia verismo y nos atrapa en un remolino de angustia y miedo. Al final de la proyección podemos llegar a hacer un diagnóstico mucho más certero sobre ese mundo de violencia y pánico que va minando la moral de la población. Miles de víctimas mortales computan en el curso de una docena de años  en el nuevo siglo derivados del narcotráfico en el país azteca es una cifra que solo lo aguanta el papel. Miss Bala nos muestra esa red de intereses que genera el negocio del narco, implicando a policías, cuerpos de seguridad, los propios cappos del narco, instituciones políticas y militares. Una red difícil de desentramar y aún más compleja de «aislar». Creo que este debería ser uno de los títulos de obligada visión para ir conociendo el detalle de la verdad de las cosas, y así colocar en cuarentena ciertas imágenes —por ejemplo, la de Laura Zúñiga (su alter ego en pantalla con idéntico nombre de pila pero con diferente apellido, el de Guerrero, en la piel de la actriz Stephanie Sigman), escondiendo la cabeza y maniatada, en un gesto que puede derivar en la asunción de su culpabilidad cuando, en realidad, expresa su condición de víctima— demasiado tentadoras para que derive en un comentario en torno a la mesa o apostados en el sofá del calado de «se presentó a un concurso de belleza, luego vino sus insinuaciones con el poder y ahí meterse en el narcotráfico solo fue otro paso más. Qué desperdicio de vida». La conclusión puede que certeza; el “circuito” trazado, erróneo. Suerte que existen propuestas del alcance de Miss Bala, capaces para orientarnos en esta selva informativa donde lo fácil es mostrar una “foto” pero se nos priva de la “secuencia” completa. Cada vez más un servidor se aparta de esas ventanas “oficiales” catódicas de la información para buscar, rastrear en otros espacios, inclusive el de una a priori ficción audiovisual con una base documental sólida y robusta, la presentada por Naranjo y su equipo.

viernes, 4 de mayo de 2012

«ÉXODO SINFÓNICO»: ESPAÑOLES EN EL MUNDO DEL CINE ANGLOAMERICANO

Roque Baños dirigiendo la orquesta en una sesión
de grabación de Alatriste
A propósito del estreno de Madrid 1987 (2011) la fina ironía del guionista, director y escritor David Trueba dejaba para los titulares de una entrevista la frase de que «el cine español está en crisis desde 1917». A pocos años de “conmemorar” tan “distinguido” centenario asistimos al enésimo repunte de una crisis situada dentro de una crisis que afecta a gran parte de la población de nuestro país y, a la par, a otras naciones del arco Mediterráneo. Más allá del cómputo de entradas vendidas para la asistencia a ver producciones españolas al cabo de un año, uno de los indicadores más “fiables” de que pintan bastos para una industria (sic) cuyo pulmón (artificial) se interconectaba hasta hace poco directamente con la llave de paso de las subvenciones, ha sido la proliferación de intérpretes de pedigrí en series de televisión de calidad subterránea o vendiendo algún que otro producto en los spots televisivos de turno. Visto el panorama, algunos de nuestros mejores talentos han puesto rumbo al continente norteamericano siguiendo la estela de los Javier Bardem, Antonio Banderas y Penélope Cruz con una balance hasta la fecha, como no podría ser de otra manera, desigual. No cabe duda que ese salto al otro lado del Atlántico de una estrella emergente hispana tiene garantizada una cobertura mediática en revistas especializadas o bien en esos magazines televisivos en que sus presentadores adjudican el sexo femenino a Elia Kazan sin que sus jefes les afeen el desliz "imputable" al directo. Muy al contrario, el fenómeno de ese éxodo de compositores de nuestro país que han encontrado en los Estados Unidos una salida profesional acorde a sus prestaciones artísticas en el ámbito del cine apenas se le dedica un breve o un faldón en la prensa escrita o en internet. Así pues, en poco más de un lustro hemos asistido a la salida al mercado angloamericano de algunos auténticos fueras de serie, caso de Roque Baños, Javier Navarrete y Alberto Iglesias. En este bendito país en que estamos cambiando la expresión de «Vente pa’ Alemania Pepe», por la de «Vente pa’ Alemania, Borja Mari», detectamos a ese éxodo de músicos necesitados de ampliar fronteras creativas con el respaldo de los mejores medios posible. En esta tesitura, Iglesias ilumina el camino con sus tres nominaciones al Oscar la última, por El topo (2011). No serán Javier Navarrete ni Roque Baños –muy asimilado al gusto americano en su concreción sinfónica, ora al estilo Danny Elfman, ora al de John Williams o al de Jerry Goldsmith— quienes dejen en mal lugar el pabellón hispano, pero tampoco ese relevo generacional en el que destacan Lucas Vidal formado en los USA y dado a conocer al mercado internacional merced a sus participaciones en el cine de Jaume Balagueró— o Arnau Bataller, este último con todas las trazas para cobijarse bajo la sombra de Christopher Young, en cierta manera su mentor. Todos ellos destilan talento a raudales, pero se cierne un interrogante, al menos desde mi perspectiva, de que tal asimilación a un mercado cuyos jóvenes directores nativos o asimismo importados no se caracterizan por poseer un background en materia de música sinfónica, quede más bien en una huella que no deja rastro. Una huella que el tiempo acaba borrando en un cine contemporáneo que, como Richard Clayderman a la música clásica, tanto daño ha hecho ese espúreo concepto de las bandas sonoras administradas con arreglo a una concatenación de canciones. Desasistido ese enfoque sinfónico tan franco para que los matices sepan discernir, identificar sensaciones, emociones que quedan fuera del alcance de la palabra, Baños, Iglesias, Vidal y compañía deberán seguir perseverando en sus respectivos empeños y confiar en que la “divina providencia” les conduzca a inmortalizar en el pentagrama esas composiciones que lleguen a formar parte del imaginario colectivo sin necesidad de permanecer cubiertas por una pátina de folclorismo. Sea como fuere, si tuviéramos un país más formado en lo musical a nivel docente, seguramente muchos cargos políticos colocarían entre los ejemplos a seguir de aquellos “emigrantes” en busca de mejores oportunidades en época de vacas flacas, a un ramillete de músicos circunscritos al terreno cinematográfico y, en general, al audiovisual en los primeros compases del siglo XXI.