sábado, 29 de mayo de 2010

EL «VALOR REFUGIO» EN UN MUNDO DE SERES HUMANOS Y «REPLICANTES»

Algunos estudios indican que en tiempos de crisis uno de los sectores que menos se resienten de la misma es el editorial. Tal vez no sea una realidad aplicable plenamente a las empresas del sector en nuestro país, pero sí que ha cuajado el concepto de que la crisis fomenta encontrar respuestas para entender mejor el contexto (de vulnerabilidad) en qué uno se mueve o simplemente dejarse deslizar hacia la pendiente del imaginario para sortear el efecto de ese bombardeo de noticias negativas que asoman en los telediarios, en la prensa escrita y electrónica, y en toda suerte de foros servidos en internet u otras plataformas. Puestos a colocar etiquetas la lectura se entiende como un «valor refugio» que mantiene a flote una armada naval atomizada en contraposicion con la visión dominante de los grandes trusts que habían surcado los mares editoriales años a. Siempre he entendido la lectura como un acto de escuchar una nueva voz; alguien nos habla a través de las páginas y extraemos, amén de un rato placentero, la capacidad de ir descodificando los misterios que conforman al ser humano, complejo y contradictorio por definición. Conozco un montón de personas en edad puente entre el florecimiento y la eternidad que no disponen de tiempo para dedicar a la lectura como sería su voluntad, pero en cambio reproducen con entusiasmo las emociones procuradas por ese inviolable placer privado. Si ocurre esta feliz circunstancia anoto en mi memoria ese libro merecedor de ser leído cuando la ocasión y la fortuna de encontrarlo lo requiera. Para alguien como un servidor que tiene en el horizonte esperemos que cercano publicar su primera novela, la sola idea que puedan ser cientos, miles las personas que me escuchen desde el rincón más íntimo de sus hogares sencillamente me connmueve y me llena de satisfacción. Puedo dar fe que escribir una novela es uno de esos ejercicios en que el conocimiento sobre la naturaleza humana computa de una manera harto elocuente. Sin estos mimbres deviene imposible crear un cesto por mucho que la trama goce de una óptima salud. Quizás persuadido más que nunca que merece la pena el acto de escribir historias liberadas del corsé de la realidad cotidiana, es tiempo para decantarse por la compañía de esas personas con las que puedes aprender —como en los libros— no tan sólo de sus conocimientos sino de su forma de ser. Los otros, aquellos que se adivinan en mi pensamiento un eco del pasado, únicamente conjugan el verbo estar. Individuos que hacen de la rutina su dogma de fe; su calendario vital se presenta programado para dar cancha a sus propios intereses, y que parecen escritos en sus ADNs un destino de inquebrantable vacuidad donde el Edén se presenta bajo sus pies alfombrado de papel moneda. Es fácil detectarlos: la lista de las cosas que no les gusta es kilométrica, incrementándose a año vencido; sus compromisos para con la causas perdidas o, en concreto, la causa de los más desamparados es nula, y sus lecturas de ocio se formulan en un número determinadamente bajo pero suficiente para cumplir ese expediente de un destino que parece trazado y escrito de antemano. Puede que tengan incluso en perspectiva el color y la tipografía que presidirá su lápida en el día y hora que sus cuerpos, cuál replicantes, se desprogramaren. Advertido de estos peligros mundanos, prefiero moverme por esas carreteras zizagueantes, orlada de individuos que sienten y piensan, se emocionan y reflexionan; en definitiva, que anteponen el verbo ser al estar.

domingo, 23 de mayo de 2010

¿SUEÑA CRAIG VENTER CON OVEJAS SINTÉTICAS?

No solo la clase política controla sus tiempos en forma de presentación de un dossier que había dormido el sueño de los justos y que sale a la luz en los prolegómenos de unos comicios electorales, o al lanzar globos sonda cuando los índices de popularidad referidos al líder del gobierno de turno caen en picado. La comunidad científica de alto standing ha evidenciado estos días que sabe manejarse en esta dinámica de buscar el momento idóneo para demostrar la bondad de determinados avances cuando los desastres de todo tipo arrecian en distintas partes del planeta. Harto significativo deviene que, a las cinco semanas de haberse iniciado la fuga de cantidades ingentes de petróleo que ha puesto en jaque a la costa sudeste de los Estados Unidos, Synthetic Genomics haya dado a conocer a la humanidad la creación de una bacteria con un ADN «sintético». Hasta la fecha las tentativas de limpiar el crudo que avanza inexorablemente hacia las costas norteamericanas no han tenido los efectos deseados, en primer lugar, por la dimensión de una catástrofe que aún estamos en su fase embrionaria con el fin de calibrar qué efecto real tendrá sobre los ecosistemas concentrados en esta área del planeta. Al calor de la conquista científica cocinada en los laboratorios de Synthetic Genomics por espacio de una quincena de años, ya se ha aventurado a destacar que una de sus aplicaciones sería la de diseñar bacterias cuyo ADN modificado permitiera crear n-bacterias programadas para ser extraordinariamente efectivas con el fin de no dejar mácula de petróleo en aquellas zonas situadas en el océano, en los mares, en las marismas y demás. De esta manera, se acotaría exponencialmente el perjuicio ecológico y todo lo que se deriva de ello. Muchas de las familias de pesqueros o comerciantes de los cayos de Florida o de los páramos de Louisiana que comulgan con ruedas de molino en forma de creacionismo —el pensamiento (sic) opuesto al darwinismo— o se mostraban recelosos hacia esa comunidad científica que juega a ser Dios, quizás ahora se hayan aferrado a la fe que encierra ese hito tutelado por Craig Venter y Hamilton D. Smith —premio Nobel de Medicina—, las «cabezas visibles» de Synthetic Genomics.
Pero a diferencia de otros campos, la ciencia precisa de un largo periodo de experimentación hasta que su aplicación no sea un hecho. Esos titulares que vemos reproducir en las páginas intermedias de los periódicos pueden anunciar, abrir una puerta al posibilismo que seguramente antes de haber transcurrido un decenio no tendría unos beneficios reales. De ahí que detrás de la noticia en sí misma se escondan determinados intereses que hablan de la explotación comercial en forma de exclusiva de los derechos de propiedad intelectual mientras dure el proceso de investigación. Brian De Palma manifestaría —quien en sus días de juventud había cultivado un notable interés por la robótica— que para ser director tienes que manejarte al mismo tiempo como vendedor. A fe que lo ha conseguido si se ha mantenido en el negocio casi medio siglo. Desde esta óptica, su igual en el ámbito científico vendría a ser Craig Venter, dispuesto a mostrarse tan creativo en el laboratorio como despierto a la hora de buscar las alianzas comerciales necesarias que le faculten para ir construyendo su propio imperio. Para crecer en este propósito cabía un golpe en seco sobre la mesa para llamar la atención. Así fue al tomar Venter las riendas del proyecto de secuenciación del genoma humano a través de la compañía de nuevo cuño Celera que dinamitaría los plazos previstos —bajo el mecenazco de las instituciones públicas con los fondos dispuestos por la Administración Bill Clinton— para alcanzar ese hito de la ciencia moderna. Ese 2001 se convertiría para Celera en la culminación de una odisea del espacio científico... con la secuenciación del genoma humano... del propio Venter. Con semejante maniobra, el ex surfista Venter había destronado a James D. Watson —para mi gusto, un (divulgador) científico por el que siento una honda admiración—, ese rey reverenciado por otro hito logrado en 1953, el del descubrimiento de la doble hélice del ADN con el auxilio del inglés Francis Crick, y al cabo se posicionaría como director del Proyecto Genoma Humano. Desde aquel periodo se asentarían las bases del conocimiento de la biología molecular que ha servido para desplegar sobre el tapiz científico una bacteria cuyo ADN se ha modificado de forma sintética y que se ha certificado su capacidad para replicarse. Un punto en un espacio infinito para algunos; un paso de gigante para otros tantos. Presumiblemente, en el punto medio está la virtud, pero de momento Craig Venter le costará conciliar el sueño... si piensa en ovejas sintéticas... Philip Dick dixit.

domingo, 16 de mayo de 2010

IDEAS FÁCILES, SOLUCIONES SENCILLAS: EL ARTE DEL PLAGIO EN «MOVIESTAR»

Pocas veces he podido abstraerme de la idea que los creativos de publicidad, en su mayoría, son unos espabilados de tomo y lomo —por utilizar un eufemismo— que se aprovechan de la debilidad del «Sistema». Me refiero a aquel sistema que imposibilita pensar en que los directivos de las grandes corporaciones dedicadas al arte del márketing se nutran de un personal con una formación que les mueva a una cierta inquietud intelectual; lo que les obsesiona por encima de todo son las cuentas de resultados y dudo mucho que, salvo los blockbusters de turno, se dejen caer por el patio de butacas de una sala de cine, de un teatro y demás eventos culturales. Sólo así se explica que, una vez más, ninguno de los directivos de Telefónica —una de las empresas punteras y con mayor volumen de facturación de nuestro país— haya advertido que les han colado otro gol por la escuadra... esta vez, a más de dos mil kilómetros de distancia, la que separa Madrid de Londres, la sede de Mother, o tan sólo unos pocos kilómetros, el centro de operaciones de Publicis. Desde el pasado mes de marzo, la inglesa  Mother y la española Publicis fueron las empresas del sector escogidas mediante concurso para llevar a cabo las operaciones de brandering de Teléfonica, que en su derivación de móviles y otros soportes anexos ha pasado a denominarse exclusivamente Movistar. Bajo semejante marca hace unos semanas se iniciaba una nueva campaña que tenía en el anuncio de un abuelo y su nieto disfrazados con cabezas de gallo una de las «sorpresas» para el televidente. Un minuto largo de duración suficiente para advertir cuanto rostro se esconde en esos astutos publicistas, dispuestos a saquear ideas y conceptos ajenos sin inmutarse. La víctima propiciatoria, Donde viven los monstruos (2009). Nada nuevo bajo el sol por cuanto esos creativos deben adornar sus DVDtecas con The Work of Spike Jonze (2003) antes que habilitar espacio para las obras de John Ford, Fritz Lang, Robert Wise, Orson Welles... La modernidad tiene estos peajes y ya se sabe que en la primera semana de los estrenos de los films de Michel Goundry, Terry Gilliam o Spike Jonze, entre otros, los publicistas acuden en masa... No sea que el colega se anticipe a alguna idea a rescatar para una campaña publicitaria en ciernes. Presto a ello, ese film que tuvo su puesta de largo hace unos meses en salas comerciales ha acabado metamorfoseándose en la pequeña pantalla en forma de cápsula publicitaria que ni siquiera juega al despite: el mayor y el niño parapetados en un disfraz que deambulan por el bosque con afán juguetón llegan al pie de un acantilado para mirar en lontananza. La rúbrica del spot no es otra que mostrar sobre un cielo libre de nubes el anagrama de Movistar y la sentencia de un simplismo que tira de espaldas: «Compartir, la vida es más». Conceptos simples para una factura de diversos ceros que los de Mother y/o Publicis habrán cobrado diligentemente de Movistar con la certidumbre que la empresa liderada por el Sr. Guillermo Ansaldo es un auténtico coladero donde los publicistas campan a sus anchas en el terreno del plagio. Éstos ni tan siquiera se toman la molestia de alcanzar la gloria monetaria merced a camuflar el producto con una «operación rescate» de algún título añejo que hubieran visto en algún festival. Para qué perder el tiempo en ese ejercicio de arqueología —más atrás en el tiempo que Karate Kid (1984) presumo que nos situaríamos en el precámbrico de la cinematográfia— si con una visita a algún multiplex les solventan la papeleta. Incluso se deben tomar a mofa o ni tan siquiera haber reparado en que la misma compañía Movistar prácticamente al mismo tiempo que languidecía en taquilla el film dirigido por Jonze un anuncio mostraba un monstruo —al que trataban de colocar con calzador en el interior de un utilitario— sospechosamente parecido al que el cineasta norteamericano había concebido para acompañar las andanzas del pequeño Max (Max Records) en Donde viven los monstruos. Ahora, pues, toma el relevo el cine de Spike Jonze después del agotamiento que supuso saquear de forma sostenida el legado de Píxar con ese increíble de cuerpo hiperdesarrollado sostenida sobre unas patas de canario abanderando el órdago a la grande. Pero no duden que los creativos coparán las primeras sesiones de Toy Story 3 (2010), la cinta que marcará el inicio de la temporada veraniega de 2010, aunque la cita ineludible será a principios del próximo año cuando Goundry haga visible su nueva obra, The Green Hornet (2011). Entonces tendrá a su regazo a los creativos que no dudarán en hacer suyos los esfuerzos artísticos de otros. Todo un corolario que debe presidir las salas de Publicis y Mothers revestidas de moqueta, prestas a que se revuelquen algunos de sus creativos cuando acaban de recibir un email de algunas de las grandes corporaciones para las que trabajan dando conformidad a la bondad de la campaña de márketing presentada. Y Jonze, me temo sin inmutarse, seguramente porqué sabrá de qué va el percal...

domingo, 9 de mayo de 2010

LO QUE LA VERDAD ESCONDE: BANDAS SONORAS DE CINE DE OTROS TIEMPOS... MUSICALES

Al escuchar en directo el concierto que el pianista Nicolai Lugansky ha ofrecido en el Auditori de Barcelona, su versión del Concierto nº 2 en C Menor de Sergéi Rajmaninov (1873-1943) me he vuelto a preguntar hasta qué punto Nelson Riddle tuvo en mente esta pieza del romanticismo tardío para dar cobertura a su banda sonora de Lolita (1962). Vista la contribución artística de Riddle, distinguida más desde el plano como adaptador —labor por la que obtuvo un Oscar— y arreglista —especialmente significativa su contribución para con la obra de Frank Sinatra— que la de compositor, cabe el beneficio de la duda pero se presume toda una evidencia que se le apareció un ángel en forma de C Menor al tiempo que Stanley Kubrick le iba marcando los parámetros musicales por los que debía conducirse la que sería la primera de las adaptaciones para la gran pantalla de la monumental novela de Vladimir Nabokov. Evidentemente, a esas alturas del siglo Kubrick aún no había adquirido el pedigrí de melómano que le haría olvidarse de emplear temas musicales escritos ex profeso para el celuloide por parte de compositores profesionales y se fundamentaría, a partir de 2001: una odisea del espacio (1968), en el empleo de fuentes de música clásica. Buen conocedor asimismo de la historia del cine soviético, el realizador neoyorquino no se le hubiera pasado por alto —en el caso que su erudicción musical en el área de la clásica y del jazz le permitiera reparar en otros estilos, como el pop-rock de los ochenta—que el sustrato compositivo del tema Russians para el álbum The Dream of the Blue Turtles (1985) —el primero en la cuenta de Sting tras la separación de The Police— era claramente un plagio de un pasaje de Alexandre Nevski (1938), de Sergéi Prokofiev (1891-1953). Gordon Mathew Summer, en arte Sting, ni tan siquiera se molestó en colocar en los créditos de agradecimiento de su álbum de debut en solitario a aquel insigne compositor que trabajara de forma asidua con otro Sergéi, Einsenstein, «padre» del montaje cinematográfico. De montárselo bien va la cosa cuando Bill Conti —conductor musical de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas y artífice del celebérrimo main title de Rocky (1976)—, ni corto ni perezoso, amuebló su banda sonora de Elegidos para la gloria (1983) con los armónicos de Los planetas de Gustav Holst (1874-1934), otra pieza clásica que tan sólo con nombrarla convoca a la reverencia. Situaciones de este jaez en el debe de compositores, digamos, de segundo o tercer rango, el plagio puede ser una moneda de curso común. Pero a esta dinámica tampoco escapan los grandes nombres de la música de cine —la que Lalo Schifrin, con buen criterio, señalaría como la música clásica del siglo XX—, no tanto al enfrentar las composiciones de sus obras entre sí; se trata más bien de agudizar el oído en la línea de establecer conexiones con músicas de otros tiempos. Sólo de esta forma, por ejemplo, la sombra de duda planea sobre el tema principal de Nacido el 4 de julio (1989) (Ir a enlace) que pasó de ser entronizado por un servidor a rebajar su valor ante la escucha de la Fantasía de Thomas Tallis de Ralph Vaughan Williams (1872-1958) (Ir a enlace), que el australiano Peter Weir escogiera para apuntalar el sustrato dramático de Master and Commander (2001)... al otro lado del mundo, los Estados Unidos, se situaría el epicentro de la polémica cuando Georges Delerue demandó a Quincy Jones por copiar el precioso tema al piano de A las nueve, cada noche (1967) (Ir a enlace) para dar lustre a la banda sonora de El color púrpura (1985) (Ir a enlace). De hecho, Delerue tuvo argumentos sobrados para haber atendido a otras demandas, pero pareció conformarse con una sentencia a su favor para este soberbio compositor francés desplazado temporalmente del «territorio François Truffaut» cuando el menudo cineasta prefirió contar con los servicios de Bernard Herrmann. La música según Herrmann, cuyas páginas han sido de las más socorridas por infinidad de colegas o pseudocolegas —pienso en Richard Band, esa figura parasitaria de la música de cine de serie Z— de profesión, al arbitrio de propuestas de terror o thrillers que parecían susurrar la voz de ese trepidar de las cuerdas que alcanzaría categoría de cliché al año siguiente de haberse estrenado Psicosis (1960). Al menos Danny Elfman —por motivos óbvios— y Alan Silvestri tuvieron el «decoro» por haber emprendido un calco musical de los formalismos compositivos de Herrman casi cuarenta años después en un par de producciones finiseculares, Psicosis (1998) y Lo que la verdad esconde (2000). Esa verdad sobre la música clásica, desde los barrocos hasta los soberbios profesionales que engrandecieron la época dorada de Hollywood y de otras latitudes, cuyo desconocimiento esconde un rosario de plagios que pasan apercibidos como piezas majestuosas en el haber de «intocables» y menos «intocables».

domingo, 2 de mayo de 2010

EL PESO DE LA JUSTICIA ESPAÑOLA: DEFECTOS DE FONDO Y FORMA

Envueltos en la vorágine diaria pocas veces hacemos el ejercicio de salir fuera del «cuadro» y observar, como si de un Carl Sagan se tratara, el mundo que nos ha tocado vivir. He intentado hacerlo recientemente para tratar de entender lo que ocurre en nuestro bendito país con ese segundo o tercer poder que se suele situar en los aledaños de esa política omnipresente: la justicia (sic). Hasta la fecha, los asuntos pendientes con la justicia en sus múltiples derivaciones no han formado parte de mi agenda, pero ello no obsta para seguir con incredulidad la sangría de despropósitos judiciales que cualquier terrícola tocado por el sentido común le debería provocar arcadas de repulsa para con una institución que pierde credibilidad a marchas forzadas. Esa Transición Democrática que había servido como modelo para países de América del Sur o de Centroamérica empiezan a ser evidentes las costuras de un traje que parecía a medida de una renovada justicia para reemplazar ese saco de la vergüenza con el que España se mostraba al mundo durante el franquismo, en su sistemático incumplimiento de los más elementales derechos civiles e individuales. Treinta años más tarde, los hilos cuelgan de la pernera, las mangas cobran vida propia y el color verde esperanza empieza a desteñirse. El descrédito del mundo de la judicatura ha llegado a unas cotas de paroxismo tales que el ciudadano de a pie se aplica la «vacuna» de la indiferencia, aunque vaya marcando en su tablero mental imaginario una muesca más de estupor cuando las noticias recogen el enésimo caso de desaguisado judicial. Cada x tiempo nos podemos desayunar con alguna perla recién horneada en los juzgados de lo civil o de lo penal, en los órganos de dirección del Tribunal Constitucional o del TSJ, pero me limitaré a señalar unos pocos que han hecho replantearme si esa legislación es obra de personas con sus facultades mentales en óptimas condiciones. De Juana Achaos, ese «asesino en serie» que sigue militando en ETA —las muestras de arrepentimiento brillan por su ausencia— y que se llevó por delante a veinticinco personas, tras cumplir un tercio de la condena impuesta fija su residencia en Irlanda del Norte y, al cabo de un año de permanencia en Belfast, toma las de Villadiego con la presunción de alimentar la maltrecha retaguardia de la organización terrorista vasca. Crónica de una huida anunciada que a las autoridades judiciales competentes sobre el caso parecieron soslayar, dando por válido que Juana Achaos purgaría todos sus «pecados» con un comportamiento modélico que pasaba por obedecer pies juntillas a los requerimientos de la judicatura. Otra de las comunidades históricas de la que un servidor tiene a gala haber nacido pero sin enarbolar la bandera del nacionalismo (determinados -ismos me producen urticaria), ha sido en el último año motivo de zozobra judicial. El buen nombre del Palau de la Música ha pretendido ser mancillado por la ejecutoria delictiva de Félix Millet, nada menos que el nieto del fundador de tan honorable institución catalana. Pues nada, después de haber esquilmado parte del patrimonio —la cifra ronda los veinte millones de euros— del Palau para engrosar sus fortunas personales, Millet y su cómplice Jordi Montull —con sus respectivas santas haciendo de testaferros— se pasean por la Ciudad de la Justicia pero viajando cómodamente en los automóviles de sus abogados, en lugar de verse privados de libertad no por riesgo de fuga sino simplemente para evitar mandar un mensaje a la opinión pública que el dinero todo lo puede cuando se trata de sortear la cárcel. Pero ya se sabe que esa balanza símbolo de la justicia anda más tuerta que la rama de un olivo. Una justicia que devora a sus propios hijos, sometiéndoles en la plaza pública catódica a un via crucis en forma de una sesión programada de causas abiertas concentradas (oh casualidad!) en un mismo espacio temporal. Desde fuera del mundo judicial alguien se debe preguntar si ese mismo Baltasar Garzón, al que tantos rendían pleitesía por su labor desempeñada en numerosos frentes en la Audiencia Nacional —con especial predicamento por desmantelar el entramado etarra— tiene algo que ver con el juez al que pretenden arrinconar de su práctica profesional mediante una orquestada estrategia medida desde las fuerzas oscuras que operan en la extrema derecha del país. Ya no me sirve el latiguillo exculpatorio «la ley debe cumplirse para todos. Todos somos iguales ante la ley». Como diría George Orwell, «todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros». Si el país heleno se ha declarado en bancarrota por una política económica sostenida sobre un descomunal engaño, y la Unión Europea, con el auxilio del FMI (Fondo Mundial Internacional) han ido a su rescate, cabría la posibilidad de plantearse que España fuera declarada en bancarrota su sistema judicial y empezara a hacer un ejercicio de revisión legislativa a fondo desde el sentido común.